En el despacho de abogados de Dávila, Tuñon y Asociados el ritmo de trabajo era frenético, no en vano por sus dependencias y salas de reunión, además de casos más “típicos” circulaban diariamente varios millones de euros en transacciones económicas, fusiones comerciales y operaciones financieras de alto riesgo y más alta rentabilidad; caso de que todo fuera bien. Y sus abogados sabían hacerlo bien. Adela había acudido a aquel Bufete tras la recomendación de su amiga Nuria. Son prepotentes, orgullosos, arrogantes, le había comentado en su momento su amiga, pero son los mejores, concluyó.
- Verá señora, lo que ocurre en realidad, es que no podemos hacer lo que usted sugiere. La existencia de más de un objeto procesal da lugar al litisconsorcio pasivo necesario y hoy por hoy no sería posible hacer lo que usted pretende – le espetó rotundamente la abogada con una sonrisa de indiferencia que irritó a Adela.
- No entiendo nada de lo que me está diciendo –le replicó
- Señora, yo soy la abogada y le sugiero que acepte mi consejo y me deje aplicar mis criterios profesionales. No podemos arriesgarnos, no ahora que estamos tan cerca de un final satisfactorio para todos. De lo contrario podríamos llegar a una sentencia contradictoria que vulnere el principio de audiencia e indefensión de las partes y, eso, señora Pardo, no nos conviene – la abogada terminó su breve discurso jurídico con la indiferencia de la que le habló Nuria, levantándose de la mesa y dirigiéndose a la máquina de café situada el lado de la puerta del despacho.
Adela no sabía que decir. Se sentía desconcertada, indignada y cansada. En su fuero interno ella tenía las cosas claras. Su empresa la había echado de su trabajo, no había vuelta de hoja. No lograba comprender porque era tan poco evidente para todos los demás incluida su propia abogada. Con un gesto de resignación recogió su abrigo del respaldo de la silla donde había estado sentada la última media hora y se levantó.
- Le mantendré informada puntualmente –señaló Lucía, su abogada, mientras extraía de uno de los cajones de su escritorio el dossier de Rafael Tessier, el cliente que le esperaba en el hall desde hacía cinco minutos.
Adela se despidió con unas falsas gracias. Abrió la puerta del despacho se puso su abrigo y sacudió ligeramente su larga melena negra para colocar su cabello fuera de la cobertura del abrigo. Rafael, la miró ligeramente y le dio los buenos días esbozando una leve sonrisa entre los desconocidos que tienen algo, aunque sea un abogado, en común.
- Siéntese señor Tessier, enseguida estoy con usted – Le espetó Lucía sin haberle dado tiempo siquiera a saludarla
La abogada permaneció durante unos minutos ojeando la carpeta con el dossier del caso de Rafael. Tomó unas notas en su cuaderno de trabajo y bebió un sorbo de café.
- Verá, le seré totalmente sincera, señor Tessier. La cosa está complicada, realmente complicada. Técnicamente ocurre que nos encontramos ante un ficta documentatio. Esta constituye la trasposición al medio documental de lo previsto para la confesión en la Ley de Procedimiento Laboral. El caso, señor Tessier es, que la posibilidad de declarar la ficta documentatio es una facultad del tribunal y no una obligación, de manera que en nuestro caso necesariamente quedamos expuestos al criterio del mismo para considerar como prueba el “inconseguible” documento del que usted habla. A mi entender, señor Tessier, no tenemos argumentos suficientes para que el tribunal acepte nuestra propuesta.
Rafael elevó y enarcó las cejas al tiempo que pestañeó repetidamente al tiempo que se frotaba los ojos, se quedó medio embobado mirando a su abogada mientras iba perdiendo el sonido de su voz a media que se esforzaba, inútilmente en entender lo que Lucía le estaba diciendo. Para sí pensó en aquella frase que en una ocasión le espetó sin piedad alguna su amigo Iván en una de esas charlas de bar en las que se dice de todo tras despacharse tres o cuatro cacharros de Cacique con Cola “Si quieres justicia, vete a una casa de putas; Si quieres que te jodan, vete a los tribunales”. En este momento él hubiera añadido una simple coletilla a esa frase “[…] o a un abogado”. Rafael trató de guardar la compostura mientras Lucía continuaba el discurso solemne y desprendido de toda compasión y deferencia para con su cliente que era tan típica de los abogados del Bufete.
Los gritos y el tumulto les sorprendieron a los dos mientras Rafael trataba de volver al “asunto” y Lucía intentaba concluir su diatriba. A través de las ventanas del despacho asistieron a un desfile frenético de hombres finamente trajeados y señoritas de pelo recogido, intenso maquillaje y porte televisivo.
Lucía pudo ver a Tomás Requena, el Jefe del Área de Seguridad y Relaciones Externas de Dávila, Tuñon y Asociados, detenerse en medio del pasillo con alguien que no reconocía. Se trataba, pensó, de un individuo… como decirlo, de aspecto informal que desentonaba dentro de aquel ambiente de personas elegantes y objetos caros. El individuo masajeaba nerviosamente el lóbulo de su oreja izquierda al tiempo que retorcía uno de los zarcillos que colgaba del mismo. Tomás bajó la cabeza y dirigió las palmas de sus manos hacia sus sienes en un gesto inequívocamente preocupante.
Lucía abrió violentamente la puerta del despacho dejando atónito a Rafael y se dirigió a Tomás con gesto de sorpresa.
- ¿Que es lo que ocurre, Tomás? –le dijo sin dirigir ni siquiera un saludo a ninguno de los dos.
Hubo un breve silencio de unos segundos mientras continuaba la banda sonora de gritos y palabras malsonantes de muchos de los empleados del Bufete.
- Mierda, mierda, mierda – soltó secamente Tomás.
- Hemos consultado a diversos expertos y la conclusión es unánime señor Requena, no puede hacerse nada – Dijo de inmediato el individuo de aspecto informal.
- Como Miembro fundador y principal accionista de la Compañía exijo una explicación de inmediato – Gritó Lucia al tiempo que resopló violentamente para reforzar su exigencia y mostrar su enfado
- Hemos perdido millones de euros, Lucía. Millones
El hombre del zarcillo intervino de repente en la conversación.
- Señores, quien o quienes hayan sido los autores del “acto” han utilizado el Método Guttman Wipe de treinta y cinco pasadas de reescritura para el borrado seguro de los datos. Los cortafuegos de la compañía no consiguieron resistir el ataque. Los atacantes incluso lograron vulnerar el sistema proxy que evalúa los comandos SQL antes de enviarlos a las bases de datos y estas quedaron comprometidas. Los bloqueos de los comandos administrativos también fueron rápidamente quebrantados. Listos, muy listos y muy rápidos. Realizaron múltiples escaneos de vulnerabilidades, introdujeron los exploits, compilaron los rootkits en menos de un cuarto de hora. Emplearon herramientas de acceso remoto por conexión inversa utilizando una técnica de tunelización http, saltándose toda la protección perimetral. Sencillamente perfecto. Anularon los servicios de alertas y de registro de los IDS incapacitaron el envío a Syslog de los registros de actividades. Entraron hasta la cocina, se dieron un buen festín y no dejaron ni un átomo de miga de pan sobre la mesa.
Lucía y Tomás se dirigieron una mirada de asombro e incredulidad. Parecía que alguien les había pagado con la misma falsa moneda que ellos solían emplear con algunos de sus clientes. Les pagaron con palabras y les pagaron bien. Y ese era el único ingreso que ese día iban a recibir en Dávila, Tuñon y Asociados.
Quizá sea demasiado pretencioso al escribir esto pero todo lo que podría decirse de mi se resume en una frase que, hace tiempo, dijo el bataría de una banda que me gusta mucho, Danny Carey, de Tool: "No soy quien quiero ser, no soy quién debería ser pero, por suerte, no soy quién era" En otras ocasiones me gusta referirme a mí mismo como hubiera hecho el escritor Orson Scott Card "Nuestra identidad no es nuestra forma, podemos tener cualquier forma y seguir siendo quienes somos"
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