martes, 23 de septiembre de 2008

¿Por qué leo?

Se me antoja que lo más obvio de esta pregunta es que leo porque sé leer. Pero pese a lo que pudiera parecer no es una cuestión baladí. El caso es que no hace mucho leí un artículo en el que se decía que según un informe de la UNESCO de continuar la tendencia actual habría en el mundo unos 830 millones de analfabetos para el año 2010. No puedo sino considerarme un privilegiado. Tengo suerte y por eso leo.

Me gusta el cine. La ventaja de leer es que a través de “los mundos que ven otras personas” puedes construir tu propia película. Ves, mientras lees, las películas que otros han concebido. Soy de los que creen que libros y adaptaciones cinematográficas van de la mano. Lo que sucede es que cuando alguien ve una película surgida de una mente literaria “le molesta” que alguien (director, guionista, productor o quien sea) haya visto una película diferente. Leo por que me gustan las películas.

Leo porque me gusta explorar, porque me gusta descubrir, porque me gusta saber como otras personas ven lo que puede sentirse, lo que puede haberse vivido.

Leo porque hay libros y leo porque hay gente que decide empujarte a hacerlo escribiendo. Por eso también escribo o, al menos lo intento.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Emergencias

Emergencia: Cualquier situación no deseada e imprevista que pueda poner en peligro la integridad física de las personas, las dependencias y el medio ambiente, exigiendo una actuación y/o evacuación rápida y segura de las mismas...

Para Andrés su vida entera era una emergencia. Los últimos siete años fueron una emergencia. Los últimos dos meses fueron una emergencia y el 112 no era, precisamente el teléfono que podía ayudarle.

Hacía 5 años su prometida le dejó "colgado" en el altar de la Iglesia de San Justo donde iban a casarse después de 14 años de relación. Tres meses más tarde ya había solicitado su ingreso en los Grupos Terapéuticos de Alcohólicos Anónimos tras darse cuenta que habia perdido el control de su vida y no le importaba lo más mínimo que o cuales sustancias la controlasen ahora. Al salir de una de sus reuniones un conductor borracho perdió el control de su vehículo y arremetió contra él atrapándole entre éste y un árbol de la Avenida de los Reyes Católicos. Tuvieron que amputarle la pierna derecha. Perdió su trabajo una semana más tarde ante la imposibilidad de "negociar" un cambio de puesto de trabajo en la empresa. Cuando conoció a Clara quiso creer que aquello supondría pasar de las constantes situaciones de emergencia a las situaciones de tranquilidad que tanto anhelaba. Como en otras ocasiones se equivocó. Clara era una mujer hipnótica, oscura y caprichosa. Se lo pasó muy bien durante el año y medio que duró la relación aprovechando la predisposición de Andrés a escuchar historias tristes como la suya y le dió carpetazo en el momento en que Andrés más la necesitaba. Uno más de sus caprichos. El siguiente fue apuntarse a clases de Pilates y acudir más a menudo al club de golf con su amiga Paula...

Dos días mas tarde Andrés ingresó en las Urgencias del Hospital del Santo Angel por una intoxicación etílica grave y acusados síntomas de hipotermia. Lo médicos trataron de estimularle durante varias horas para conseguir reanimarle. Y finalmente lograron hacerlo. Rebeca, la enfermera que le encontró en la calle medio moribundo consiguió evitar que Andrés se ahogase en su propio vómito. Le abrazó nada más comprobar su pulso, lo colocó boca abajo y con la cabeza ladeada para evitar la aspiración del vómito, gesto que fue agradecido efusivamente por los servicios médicos del Hospital. Rebeca tuvo que irse tras preguntar a sus compañeros de profesión si podía ayudar en algo más y recibir la respuesta habitual de que ellos realizarían su trabajo y que podía estar tranquila. Se acercó a Andrés de nuevo, durante unos segundos antes de darse la vuelta y echar a andar hacia la salida de las dependencias hospitalarias. Su silueta se perdió de vista al cabo de un par de minutos.

Andrés paso las siguientes dos semanas encerrado en casa sin salir ni siquiera para hacer las compras que, por otro lado, le llevaba habitualmente a su domicilio Javier, el dueño de la tienda de ultramarinos que estaba a 50 metros de su casa al otro lado de la calle. Ningún día recordaba nada de lo ocurrido el día anterior. Tampoco quería hacerlo. Se despertaba a menudo tirado sobre la alfombra; se levantaba, cogía sus muletas, trataba de adecentar el suelo del salón como podía y vuelta empezar de nuevo. Pero ese día mientras limpiaba los desperfectos de una jornada de excesos premeditados ocurrió algo. Bajo la mesa que albergaba los restos de comida y botellas que utilizaba diariamente para seguir provocando a su hígado divisó un pequeño papel que recogió de inmediato. No recordaba nada sobre el tema de modo que lo abrió.

En el papel había escritos un nombre y un número de teléfono. No era el teléfono de emergencias 112 ni el de ninguno de sus amigos. No conseguía recordar de quien era, aunque como es lógico le hubiera extrañado haber podido hacerlo. Se acercó lentamente al desgastado taquillón de la entrada de su casa. Descolgó el auricular del teléfono y marcó el número escrito en el papel: 630971160. Tras varios tonos de llamada sonó una suave voz femenina

- ¿Sí?. ¿Quién es?

- Supongo que eres Rebeca, ¿no es así? -respondió Andrés con aparente tranquilidad

- Si, soy Rebeca y... tú ¿eres? -añadió ella con notoria inquietud

- Yo soy la persona a la que le salvaste la vida hace dos semanas -dijo Andrés arriesgándose a equivocarse pero asumiendo las posibles consecuencias de su equívoco.

Se hizo un breve silencio en ambos lado del aparato. Andrés habia marcado el número de teléfono que figuraba en aquel trozo de papel sin saber muy bien qué decir a quien iba a decírselo. Acertó. Había llamado a "emergencias" y, de nuevo, volvieron a atenderle amablemente.

Rebeca y Andrés, quedaron para tomar un café. Y hablaron. Ese día ya no olvidó nada. Nunca más tuvo que abrir su agenda para buscar el número de teléfono de las emergencias.

P.S. El número de teléfono del relato es inventado. Pido disculpas, por adelantado, si casualmente resultase un número real y pudiese haber provocado alguna clase de situación inesperada y/o no deseada.

viernes, 12 de septiembre de 2008

La Huida

Este relato es una especia de Spin-off sobre el personaje de una novela que leí.

Autor: Pelayo Cardelús. Libro: “El esqueleto de los guisantes”.
Rafa fue socio fundador y director del área creativa de Nivel 5, una agencia publicitaria donde la precariedad laboral, el desencanto, el hastío y un compañerismo postizo por el que unos se preocupan de mantener su empleo mientras otros se lamentan de haberlo perdido se dan cita para conformar un variopinto crisol de personajes. De Rafa sabemos que dejó la empresa (quizá porque se encontró consigo mismo) y que se le menciona menos de veinte veces en la novela. Quizá el motivo pueda ser este.

Aún creo en el paraíso[…]
Lo importante no es a dónde vas sino
cómo te sientes cuando llegas
a formar parte de algo
(La Playa)

Todos tenemos nuestro propio paraíso
I. L. Yeats

Rafa se despertó en una habitación de la planta 16 del Gran Hotel Bali de Benidorm con un terrible dolor de cabeza. Por supuesto, él no sabía que estaba en ese hotel y en esa ciudad, aún. No recordaba cómo había llegado allí, ni cuando. Miró a su alrededor, tratando de identificar algo, de encontrar alguna pista que le indicase dónde demonios estaba y qué carajo hacía allí.

La habitación era ciertamente lujosa. Un esplendoroso suelo de parquet de efecto haya daba cobijo a tres sillones tapizados de color avellana con cubrecabezas y faldones preparados para una sugerente sesión de relax “aquello no era poliéster”. Los inmensos ventanales que estaban frente a su cama envolvían en una curva casi imposible un pequeño escritorio perfectamente equipado para servir de centro de operaciones a altos ejecutivos, un televisor de 21 pulgadas y un equipo de alta fidelidad, de una marca que no reconocía, uno de esos con sonido envolvente (detestaba los anglicismos) no era sorround, pensó. A un lado de la cama un enorme macetero con capuchinas amarillas y naranjas iguales a las que en un pequeño florero decoraban la mesa que presidía el semicírculo de sillones. Nogal americano, cerezo, caoba, iroko… Había oído hablar de cosas así en alguna de las reuniones de Nivel 5. Durante aquellos cinco minutos de “exploración” no consiguió averiguar nada. Más por intuición que por conocimiento se dirigió al baño.

- Señor –pensó mientras se le presentaba en su mente la imagen de aquel apartamento que aparecía en Manhattan Sur.

Había nivel allí. Se dio una ducha rápida. Se vistió con un albornoz con las letras GHB grabadas en uno de los bolsillos. Obviamente ya había identificado que estaba en un hotel pero aquellas letras le recordaban más al título de un videojuego de conducción que a cualquier otra cosa. Al mirar por la enorme ventana curvada contempló un cielo espectacularmente luminoso, una línea de playas que reconoció al instante y una especie de “patio de colegio para adultos” con una piscina en forma de gafas de buceo, palmeras y tumbonas de varios colores. En los dos cajones de la cómoda y en el empotrado de abedul macizo de su izquierda encontró todo lo necesario para continuar con sus pesquisas.

A medida que recorría las tripas de aquel monstruo de 186 metros de altura y más de 750 habitaciones únicamente pensó en dos cosas: Tomar un café bien cargado, de esos que son capaces de devolverle las huellas a los días de Ray Milland y en la gélida “relación” que estaba manteniendo con los distinguidos habitantes de aquel lugar. Se sentía más cercano a los empleados del servicio de habitaciones, sin duda.

No quiso dedicar mucho más tiempo a descubrir todo lo que albergaba el complejo. Lo importante no era dónde estaba sino por qué. Contempló de pasada el Auditorio de cristal (a sus socios de Nivel 5 seguro que les encantaría organizar –o ser organizados- un evento profesional allí y lo que luego alguien le comentó que era el Salón Bordon, otro habitáculo para suntuosas celebraciones, el segundo más grande del hotel. Ascensores de centro de negocios de película de alto presupuesto o de una ligera comedia romántica; serpenteantes cadenas de lámparas en las paredes; vidrio templado, acero mármol… Materia y materiales. Atravesó el hall, más propio de un edificio de la CIA que de un hotel, cruzando por encima de “la marca de la casa”, un logotipo redondo, de color negro con un simple dibujo de la silueta del edificio, una especie de caricatura posmoderna del propio inmueble exactamente igual a la que había divisado desde la habitación en el fondo de la piscina aunque aquel con el fondo azul. Sobrios vestidos de traje y chaqueta amarillos, pañuelos al cuello, sonrisas obligadas, poses solemnes y amabilidad de “Actor’s Studio”.

Ya en el exterior sus sensaciones sólo cambiaron respecto de las personas con las que, en ocasiones, intercambiaba miradas y sondeaba “sonidos”. Había más normalidad y menos hipocresía, creyó, o quería creer. Había dejado de escuchar conversaciones sobre lo “demodé” y lo vulgares que eran las camisetas de mangas recortadas que se lucían por doquier y lo estilizado de una sola doblez en los puños de la camisa para oír a un muchacho que “se verían” a las 21:00 horas en KU playa o que en Sattler (en Denia) te harían la mejor y más barata reparación de la cubierta de tu casa.

Rafa nunca se había sentido mejor que nadie ni superior a nadie. Muchas veces se podía escucharle decir “Siempre hay alguien que tiene más balas que tu”. Siempre hay alguien que es más fuerte, más listo, más honrado, más sagaz, menos hipócrita, más íntegro, más bueno, más generoso, mas sincero… mas humano. Al menos estaba convencido que tenía ideas propias, sus propios principios (dios qué palabra como si aquello representase el comienzo de algo). A sus casi 40 años se sentía un completo fracaso, un cobarde y una farsa pero, al menos se sentía él mismo. Se había rendido ante “su propia manera de ver las cosas”. Siempre había detestado la altivez, la autosuficiencia, la hipocresía, la crueldad sicológica de una sociedad que no te disparaba balas pero que trataba de lobotomizarte silenciosamente. No le gustaba la envidia, el rencor, el odio, los extremismos de ninguna clase, la superficialidad, el engaño, la miseria moral (lo que diantres sea eso), ni la material. Odiaba las guerras y cualquier clase de violencia, la corrupción, la especulación y… detestaba a sus socios (exsocios) de Nivel 5. Reprobaba sus “torturas” sin más instrumentos que su poder y el dominio que ejercían sobre sus empleados. Detestaba tanto las cosas, la imagen, la apariencia, la materia como a las personas que las ensalzaban.

“Se es una mierda cuando pides perdón y no se te concede”.

Se decidió a pasear un rato. Cruzó la calle de Langreo para llegar a la Avenida de la Vila Joiosa (se reventaba de risa cuando los empleados del Trenet lo pronunciaban con el marcado acento de la zona como Vila Yoyosa) hasta llegar al cruce que le encaminaba a la avenida de Jaume I. No se sorprendió de ir “reconociéndolo todo”, no era ilógico puesto que había vivido algunos meses allí muy poco antes de cofundar Nivel 5. El café ya había cumplido su misión y ahora necesitaba una cerveza. “La Cita” ya no estaba allí. En su lugar una de esas tascas asturianas con aspecto de tasca asturiana. Se tomó la cerveza y, sin rumbo fijo prosiguió su deambular mientras sus reflexiones le parecían algo más lúcidas, seguía pensando en personas, lugares y cosas, ensimismado. Nokia tune interrumpió el proceso.

- ¿Qué pasa príncipe?- espetó una voz.

Sólo con eso le sirvió para identificar a su llamante. No le hacía ni pizca de gracia eso de príncipe pero conociendo la fama de mujeriego de Rubén no le importó lo más mínimo el “significado” que pudieran darle quien quiera que se lo diese.

- ¿Qué pasa monstruo? –le respondí con la enorme sonrisa que me provocaba escuchar a alguien conocido, a un amigo, de los de verdad he de añadir.

- Tu si que eres feo –contestación lógica y por otro lado algo más que habitual.

- Veo que ya te has recuperado casi del todo –añadió con cierta sorna

- Anda dime, qué demonios sucedió ayer, o antes de ayer o cuando fuera-le dije

- ¿Te suena eso de “borracho como un piojo”? –me preguntó

- Je… -sin más añadidos, susurré

- Te veo en el Harley, ¿dentro de media hora te viene bien?

- ¡¡¡¡Que remedio!!!!! -solté

Lo que tenía claro es que en un lugar como ese, en una ciudad como esa uno puede averiguar quién es. Rafa lo averiguó por segunda vez, la primera al conocer de verdad su empresa y abandonarla. Decidió regresar, a su lugar, al lugar del que formaba parte y ser él. Decidió volver a escribir.

Decidió volver a…

martes, 9 de septiembre de 2008

El ojo del tiempo

"Yo nunca pienso en el futuro. Viene bastante rápido.", Albert Einstein


Román concluyó su encendido discurso como nuevo catedrático de física teórica de la Universidad de B.H. con un seco: gracias por su enorme interés. Además de ser considerado un físico genial, el más brillante de su generación, era un individuo flemático y con una fina ironía latente en cada uno de sus actos y sus palabras.

Su Teoría Tiempo congelado le había reportado una numerosa legión de seguidores y una, no menos nutrida, de detractores. Básicamente sus postulados demostraban o, trataban de demostrar, en opinión de otros ilustres sabios, que en el continuo espacio-tiempo, entre el pasado y el futuro, existía una especie de tiempo "muerto" como él lo llamaba en el que cada acontecimiento se hallaba literalmente detenido. Era factible intervenir en sucesos pasados para que acontecimientos posteriores tuviesen un desenlace diferente. No resultaba necesario detener el tiempo puesto que este se hallaba ya parado, transcurría como una sucesión de fotogramas fijos en una película dando sensación de que fluía pero el tiempo, según su teoría era una sucesión de instantes fijos y podía ser manipulado actuando sobre uno de esos momentos en que se hallaba congelado. Sencilla de entender en sus planteamientos básicos, su teoría, no lo era tanto en cuanto a su desarrollo matemático. No obstante, sus potenciales aplicaciones-e implicaciones- prácticas a casi nadie le pasaban desapercibidas. Era una especie de paradoja de Zenón revisitada pero referida, en este caso, al tiempo. El tiempo no se mueve, no transcurre como dice el propio Román.

Su trabajo, que le había tenido atado durante más de 25 años a las ecuaciones, a su despacho y a las pruebas en el laboratorio, se basaba en anteriores teorías e hipótesis de afamados físicos. Había recolectado de aquí y de allí elementos válidos, según él, para perseguir el objetivo final de convertirse en el científico más prestigioso del siglo. Elaboró alternativas y brillantes soluciones a algunas de las ecuaciones de Einstein, de Lorentz, Roger Penrose, B. Podolsky y Roy Kerr para construir su aportación a la ciencia en forma de la más revolucionaria teoría física jamás elaborada. Había superado el problema que le planteaba la paradoja de Norman Forrester que supuestamente imposibilitaba la observación del continuo espacio temporal en desde otra ubicación espacio-temporal concreta. Forrester creía haber cerrado esta cuestión 7 años antes cuando elaboró su Teoría del vacío temporal.

Román era sobresaliente hasta el insulto, acostumbraba a decir su compañero de estudios en su momento y ahora compañero de departamento, Lucas Ribera quien le ayudó a construir el Ojo del Tiempo nombre con el que ambos bautizaron el ingenio que les permitiría hacer observaciones del espacio-tiempo en el momento en que éste se encuentra detenido e introducir modificaciones en el mismo. El artefacto, construido en las Instalaciones del Instituto Lorentz de Investigaciones Físicas Avanzadas (ILIFA) en el desierto de Sonora, aún no podía operar a gran escala y, hasta la fecha, sus experimentos se limitaban a leves observaciones-modificaciones con unas pocas partículas. Los primeros y sucesivos ensayos fueron todo un éxito.

La Etiqueta del Tiempo, Crontab como lo llamaba el equipo, estaba lista y a punto para ser estrenada en las pruebas que el Instituto había diseñado para intervenir en el tiempo a escala macroscópica.

Tardaron 5 meses de intenso trabajo, y múltiples quebraderos de cabeza, en obtener todos los permisos del Departamento de ciencia para poner en marcha el primer experimento con Crontab. El 7 de julio de 2040 fue el día elegido para acceder a la gloria. Todos estaban enormemente nerviosos pero igualmente ilusionados. Los paneles de control de Crontab ya estaban activados y los monitores mostraban al equipo los niveles de carga del núcleo del generador Zeus. Theo también estaba preparado. Theo era un complejísimo software que les permitiría capturar las instantáneas temporales e introducir los cambios que considerasen oportunos. Había sido desarrollado en el CalTech por un equipo de 50 ingenieros de software especialistas en desarrollo de algoritmos cruzados para programas de inteligencia artificial y software de simulación para procesos físicos de muy altas energías.

La cegadora luz del sol del desierto de Sonora entraba por la inmensa cristalera del laboratorio 5 donde estaba alojado Crontab saturándolo todo de luz en un momento de por sí brillante para todo el equipo y para Román en particular.

- Todo dispuesto -gritó el jefe de sistemas físicos, Ian Storm

- Todas las lecturas normales -le acompañó en el cántico Thomas Monterrey, el que fuera ingeniero jefe durante el desarrollo de Theo y ahora Supervisor de proyectos de software del Instituto

Sin disimulados nervios, impropios de alguien con su altivez, Román se acercó con un rítmico caminar hacia el Monitor 1 del control principal de la máquina dispuesto a hacer estremecer a la ciencia y a los científicos.

Se oyó un nuevo grito en la sala del laboratorio, esta vez no tan aparatoso como el de Ian, proveniente del operador de la consola 3

- Ligeras alteraciones en el flujo energético del núcleo.

- No hay por que preocuparse - replicó de inmediato Thomas

Román supervisaba todo el operativo desde el puesto 1 e introdujo en su terminal la orden que permitiría a Theo estabilizar la composición del núcleo de Crontab. El interfaz de Theo ocupaba la mitad de la pantalla mientras una de ventanas escupía velozmente cantidades ingentes de datos. Miró de reojo a Lucas mientras acercaba su mano a un anaranjado botón con la inscripción Capture. Estaba listo para capturar el momento que había elegido, el 14 de abril de 1865; justo en el momento en que John Wilkes Booth, entraría en el teatro Ford. Ya había introducido la fecha en el registro de eventos de entrada y se disponía a pulsar el botón naranja que permitiría a Crontab acceder a esa posición espacio-temporal para proceder a su alteración.

Algo salió mal.

La temblorosa voz de Bob, el operador del terminal 7, se oyó como un canto de gallo al amanecer.

En la pantalla de su terminal aparecía un parpadeante mensaje en rojo que decía: SYSTEM FAILURE.

- Hay un fallo crítico en el sistema - silenció su voz en seco.

En el año 2239 ya habían comprendido totalmente la naturaleza de las intervenciones en el tiempo y sus implicaciones prácticas.

En el ILIFA Vince Krueger, supervisor del departamento de física temporal, se disponía a poner en funcionamiento a H.G Wells como denominaron a su invención. Se acercó sereno a la consola y apuntó con el haz de láser de su dispositivo operador al panel de introducción de datos del registro de eventos de entrada. La fecha elegida fue el 7 de julio de 2040.

Para si mismo pensó: ¿por qué jugar a deshacer la memoria? Él era físico y no historiador pero le habían encargado velar por la seguridad y la integridad del tiempo y los acontecimientos. Y eso hizo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Un poemilla

Lloro cada día
porque cada día muero.
Muero cada día porque
cada día te pierdo.
Y si estoy muerto
por qué respiro
y si estoy muerto
por qué aún sueño
Y si cada día muero y
cada día estoy muerto
porque sigue este dolor
de llevarte conmigo dentro.

Érase una vez

El tiempo no es sino el espacio entre los recuerdos.

Para las personas que quiero.
Ellas son mi tiempo y mis recuerdos.

Érase una vez...

Daniel imaginó que todas las historias comenzaban así, incluida la suya. Es de suponer que porque todas las historias que le contaba su abuelo empezaban de ese modo. Y él siempre le decía que todas las buenas historias empezaban así.

Empezó a escucharlas cuando apenas había cumplido los 4 años. Recordaba la cama de su abuelo, donde acostumbraba a recostarse en su regazo, y la sombría habitación en la que, pese a todo, jamás pasó miedo porque todo lo que allí había le protegía en todo momento. Pasaba horas allí dentro, incluso cuando su abuelo se iba a pasear o a echar la partida en la tasca que había frente a su casa. Ojeaba sus libros, aunque aún no sabía leer, y en ocasiones, cuando su curiosidad era más fuerte que su miedo a que su abuelo le sorprendiera fisgoneando, abría los cajones y el pequeño armario de madera medio carcomida, y echaba un vistazo para ver que había allí dentro. Aunque pocas veces sabía que eran muchos de los objetos que encontraba, cosa lógica dada su edad, siempre había uno que le llamaba particularmente la atención. Una pequeña piedra de suaves formas redondeadas, color parduzco, y que pesaba tanto que le costaba un gran esfuerzo sostenerla en sus pequeñas manos.

Nunca se atrevió a preguntarle a su abuelo que era aquello y para que servía. Ni siquiera cuando cumplió los 6 años y además de las narraciones éste empezó a enseñarle sus cosas. Tardó mucho tiempo en descubrir qué era y para que servía.

Cada mañana, después del desayuno, su abuelo le contaba una historia. Pero antes se tomaban juntos el enorme cuenco de leche que les preparaba la abuela y entre risas y pequeños juegos, cogían las galletas recién salidas del horno y hacían su pequeña fiesta particular de la mañana, aunque a su abuela no le gustaban demasiado, siempre lo ponían todo perdido y, ella, que veía la fiesta no participaba en ella y le tocaba, luego, recomponer aquellos desaguisados.

Tras cada desayuno una historia. Todas de érase una vez. Daniel siempre tenía la sensación de sumergirse en cada una de esas historias. Su abuelo las contaba con tanta pasión, que era difícil pensar que pudieran no ser reales. Le hablaba de iglesias con secretos pasadizos subterráneos en los que él de pequeño había jugado dándole más de un disgusto a su madre; le narraba historias sobre los lugares donde había estado cuando era marino; le contaba historias acerca de viejas casas abandonadas y sobre los misteriosos sucesos que había vivido en ellas con sus amigos de la cuadrilla.

Si, le costaba mucho creer que no eran reales, porque las vivía al contarlas y Daniel las vivía al mismo tiempo y con la misma intensidad que su abuelo. En una ocasión le contó como había estado a punto de quedarse para siempre en una de esas islas exóticas en las que había estado por culpa de una mujer que traía de cabeza a la mitad de la tripulación de su barco. Lo que no lo gustó demasiado a Daniel fue cuando le dijo que eso hubiera supuesto que él no hubiera nacido. De todas formas le maravillaba lo detallado de sus descripciones. Desde el cascarón en el que había viajado, los mares por donde había navegado, o las curiosas personas que había conocido. Pero aquella mujer...

Daniel se iba haciendo mayor. Ya había cumplido los diez años. Aquel día tocaba celebración. Era el cumpleaños de su abuelo. Le encantaban los días como ese porque él, su abuelo y su abuela se reunían alrededor de la mesa de la cocina, conversaban, reían y como solía suceder en esos casos siempre acababan con algunas de aquellos maravillosos relatos.

Él no lo sabía, pero aquel 12 de julio, fue el último día en que su abuelo le contase parte de las maravillas de su imaginaria vida. Sus noventa años no resistieron la fuerza con la que el tiempo se enfrentó con su corazón y se paró. Le encontró la abuela cuando fue a despertarle para que fuese a desayunar con su nieto, que ya estaba preparado. Vicenta, que así se llamaba su abuela, no tardó en darse cuenta de lo que ocurría.

Daniel tardó mucho más en comprenderlo y mucho más en asumirlo. Pese a su juventud mostraba el dolor de una persona adulta, pero como niño no tenía la capacidad para esconderlo o quizá huir de él. Durante muchos meses siguió yendo a la habitación donde él y su abuelo se juntaban para disfrutar juntos de aquellas preciosas narraciones, se acostaba en su cama, siempre con lágrimas en los ojos, se quedaba mirando hacia el techo durante horas y en ocasiones sabiendo lo absurdo de su pregunta, le preguntaba a su abuela cuando volvería el abuelo.

Tardó mucho tiempo en poder entrar en aquella habitación sin romper a llorar de inmediato o sin poder hacer otra cosa que simplemente contemplar la bombilla que colgaba del techo o las grietas de las paredes. Hasta los dieciséis años no consiguió volver a fisgonear entre las pertenencias de su abuelo sin tener la sensación de que era algo que ya no debía de hacer. Sus gafas de pasta tan negra como gruesa, la vieja pipa de brezo y la cajita con el tabaco que siempre fumaba, Cavendish; el cenicero de piedra que según él le había regalado uno de sus compañeros de tripulación poco antes de morir; el cris malayo que negó siempre haber comprado en una tienda de recuerdos; la boina de fieltro con la que siempre solía salir a la calle, su desvencijada baraja y el tapete descolorido en el que solía hacer solitarios; el arcón que le había dejado en herencia su padre y que Daniel nunca se atrevió a abrir; el portarretratos con la foto del día en que él y la abuela se casaron... pero no había encontrado aquella curiosa piedra que siempre le había tenido ensimismado cuando la cogía.

Pasaba el tiempo. Daniel acostumbraba a volver a casa de su abuela después de su trabajo -ya tenia 23 años y una carrera terminada- para comprobar cómo estaba y hacerle un poco de compañía. Al poco tiempo su abuela se murió también. Imaginaba que se le hizo insoportable la tristeza de perder aquello que había sido toda su vida. Ninguno había hecho testamento pero Daniel era el único descendiente que tenían y la casa y todo lo que en ella había le correspondía legítimamente.

Decidió trasladarse del pequeño piso de alquiler al que se había mudado cuando empezó a trabajar, a la casa de sus abuelos. Muchas noches se acostaba en la cama de su abuelo después de cenar y ver un poco la televisión y en todas ellas resonaban las palabras de su abuelo que, a pesar de los años, le resultaban tan diáfanas como cuando era sólo un crío. Y un buen día apareció de nuevo. Le pudo su innata curiosidad. Allí estaba. Dentro de aquel arcón de madera que fue lo único que en vida de su abuelo nunca había investigado. Montones de amarillentas hojas de papel apiladas en lotes atados con una gruesa soga, algunas hojas sueltas y algunos extraños utensilios que seguía sin saber identificar. Y encima de toda aquella montaña de papel lo que sin duda había identificado, mucho tiempo antes de volver a encontrarlo, como el pisapapeles de su abuelo. Sacó todo aquello del arcón.

Se pasó toda la noche leyendo aquellos manuscritos... Mirando la fotografía de aquella exótica mujer e identificando aquellos extraños objetos del arcón según leía los relatos de su abuelo.

Su abuelo le había "engañado". No siempre comenzaban por Érase una vez. De hecho él siempre ponía la fecha antes de comenzar a escribirlas.

Dia 10

Día 0. 23 de octubre de…

Hoy me ha dejado mi novia; al menos eso creo.

- Si estoy con él no puedo estar contigo – fue lo único que dijo.

Sutil, diplomático, seco, paralizante, cruel. Un disparo directo al alma, un garfio que atraviesa el gaznate de un conejo. ¿Quién está enamorado aquí? ¿Demasiado tiempo juntos o demasiado tiempo separados? ¿Por qué cogiste aquel avión?

Día 1. 6 de noviembre de…

Al otro lado de la mesa mi amigo René. Encima un café con leche, una cerveza y mucho dolor cortando el aire.

- Tío, sal de casa – me soltó, sin más.

- Tío, sácame de casa – repliqué.

No se me ocurrió nada mejor que decirle. Demasiadas miradas que transmitían demasiadas cosas y un silencio lleno de ruido. No me atrevía ni a quitarme las gafas para limpiarlas. Un último trago de cerveza y una “declaración de principios”:

- Recuerda, tú me has movido a esto

Día 2. 15 de diciembre de…

Hubiera preferido algo más romántico pero estaba cansado del amor. Bajo la escalinata que me lleva a la pista de baile. Apenas entiendo lo que me dice René, ni Enya ni Al Jarreau tenían cabida en este tugurio. Alcohol, drogas, sexo explícito, poca luz y mucha prisa por vivir (o matarse). No importaba, el alcohol mata lentamente. El amor quiere volver a bailar pero no le dejan.

Día 3. 12 de enero de…

Brasileña, de Río. Morena hasta en el blanco de los ojos. No demasiado sexy, no le hacía falta. Sus labios… Anunciaban la programación de un suicidio colectivo. Espectacular hasta el vómito. Marlena no bailaba, hacía girar cabezas y miradas. La llamábamos Luana, ignoro por qué. Sólo me dio los dos besos de rigor pero fue ella quien cerró los ojos.

Día 4. 12 de febrero de…

Quizá no fuera doce. No lo recuerdo bien. Marlena ya había soltado amarras y yo no había recogido las velas, no del todo. René, no obstante, trataba de atar cabos. Presagiaba un naufragio. No éramos piratas, tampoco aventureros, no sabíamos navegar. Hasta ese día. Quizá no fuera doce. Sonó el teléfono.

Día 5. 1 de marzo de…

Debía de ser un día de suerte, no una mañana cualquiera. La invitación seguía en pie. Desde la mesa de la terraza sólo se veían niños con sus padres. Mientras juegan yo espero. No tarda en aparecer. Aún no me había suicidado así que miro sus labios. Se acercan, los acerca, los posa. Debía de ser un día de suerte. Una mañana más pero esta diferente. Ahora soy yo quien cierra los ojos.

Día 6. 11 de marzo de…

Sí, fue el día once no tengo la menor duda. Chema se resignó a perderla. Yo me preparo para ganarla. Marlena estaba lista para cambiar de “perdedor”. Parece que todos hemos pasado el examen final del primer curso en el que te enseñan el arte de la supervivencia sin libros y sin maestros. Empezamos a vivir y dejamos de sobrevivir, incluso Chema lo hizo. Dejamos de hablarnos. Ahora trabaja repartiendo publicidad.

Día 7. 17 de marzo de…

Aún no he dejado la bebida, sigo recordando dónde la tengo “escondida”. Decido empezar a olvidar pero “las células de los recuerdos… esas son difíciles de matar”; Ranulph Junuh dixit. Marlena lo sabe pero no juzga el carácter ni el modo en que uno decide deshacerse de él. Espera, espera, espera. Espera empezar de nuevo. Yo espero lo mismo. Esperamos.

Día 8. 21 de marzo de…

Estoy contento. He conseguido salir del desierto sin quemaduras en los ojos. René se ha casado. Chema se ha ido a vivir a Tarragona, trabaja de vigilante de seguridad en un garaje. Yo me he puesto una tirita en el alma. Marlena… Igual ella y yo podamos…

- Lo que podamos - me dice.

Día 9. 31 de agosto.

Ha pasado mucho tiempo, dos años creo. Marlena me ha dejado. Segundo disparo al corazón. Segundo garfio. Extremamos demasiado el silencio. Hablábamos, de nada. Vuelvo a estudiar inglés. René me llama. Tom regresa a España, cansado de ser nómada y cansado de Oregón. Chema ha regresado también. Marlena volvió a Brasil. Los que quedamos nos hemos vuelto a juntar. Cuatro cervezas, dos cigarrillos, un cuenco de frutos secos, aceitunas picantes y un solo paquete de cigarrillos sobre la mesa. Hablamos, seguimos hablando.

- Esto es la evolución –dijo René

Nos miramos, sonreímos y… evolucionamos. Aún no sabemos hacia dónde.

Día 10…

Gracias Isabela

Hoy me he llevado una inmensa alegría. A veces resulta que es sencillo sentirse bien. Tan sencillo como recibir el comentario de quien espero que pronto deje de ser una persona desconocida para convertirse en una nueva amiga.

Isabela, desde Mexico, muy lejos de donde me encuentro, ha tenido la amabilidad de dedicar unas palabras para honrar mis humildes aportaciones a este universo bloguero.

Quisiera desde aquí hacer llegar a Isabela mi más profundo agradecimiento.

Por otro lado, te comento (y disculpa si te tuteo pero es costumbre en mi tratar a las personas como tales y no como cargos de una multinacional o como políticos de turno) que el relato titulado ELLA, es un rendido y humilde homenaje a la ciudad en la que no nací pero en la que he dejado el corazón desde el momento en que me vi obligado a abandonarla. Iruñea es el nombre en euskera de Pamplona; si esa ciudad mundialmente conocida por las fiestas de San Fermín. Todo lo que en el relato narro es sencillamente como describo mi relación de amor (totalmente incondicional) con un lugar al que, en palabras de uno de mis amigos y uno de sus habitantes "yo debía de pertenecer". Ni más ni menos. Amo ese lugar porque es el sitio donde mi corazón se siente feliz. Decir más sería pretencioso e inútil porque no tengo el talento suficiente para utilizar las palabras adecuadas para expresar un sentir. De modo que os invito a leer o releer el relato para acercaros simplemente, a mis sentimientos.

Como decía Thomas Carlyle "Si un libro procede del corazón encontrará la manera de llegar a otros corazones" y, bien, mal o regular os aseguro que mis letras salen del alma

P.S. Gracias de nuevo, Isabela, por tus elogios. En la medida de lo posible, seguiré escribiendo.

Fases

De un tiempo a esta parte me encuentro en una fase delicada de mi vida. Imagino que como podria estar ocurriéndole a la gran mayoría del mundo. Tengo que tomar decisiones, sobre un montón de cosas, pero está el inconveniente de que no quiero, ni me creo, capaz de dañar a las personas. Es por ello que me cuesta un tiempo horroroso el llevarlas a cabo. El trabajo, la pareja y otros futuribles que suelen ser habituales cuando uno alcanza una cierta edad.

Otra cuestión es que apenas hago caso de los consejos que me aportan mis amigos/as (y he de añadir, los mejores amigos/as del mundo) y no por que no los valore sino porque siempre hay y habrá personas implicadas en las consecuencias de las decisiones de cada uno. Siempre ha sido lo que más me ha costado. Intuyo que necesito una temporada de soledad absoluta. Problema, tengo un trabajo en el que trato diariamente con muchas personas y, por el momento, no puedo permitirme el lujo de prescindir de él. Menudo fastidio.

La cosa es que tengo la sensación de que a la vuelta de la esquina está la catarsis que estoy esperando y que necesito. ¿Acaso no esa una de las esencias de la vida: Encontrar aquello que se halla detrás de cada esquina?. Habrá que seguir doblando esquinas y continuar girando la cabeza por si algo importante queda atrás.