Este relato es una especia de Spin-off sobre el personaje de una novela que leí.
Autor: Pelayo Cardelús. Libro: “El esqueleto de los guisantes”.
Rafa fue socio fundador y director del área creativa de Nivel 5, una agencia publicitaria donde la precariedad laboral, el desencanto, el hastío y un compañerismo postizo por el que unos se preocupan de mantener su empleo mientras otros se lamentan de haberlo perdido se dan cita para conformar un variopinto crisol de personajes. De Rafa sabemos que dejó la empresa (quizá porque se encontró consigo mismo) y que se le menciona menos de veinte veces en la novela. Quizá el motivo pueda ser este.
Aún creo en el paraíso[…]
Lo importante no es a dónde vas sino
cómo te sientes cuando llegas
a formar parte de algo
(La Playa)
Todos tenemos nuestro propio paraíso
I. L. Yeats
Rafa se despertó en una habitación de la planta 16 del Gran Hotel Bali de Benidorm con un terrible dolor de cabeza. Por supuesto, él no sabía que estaba en ese hotel y en esa ciudad, aún. No recordaba cómo había llegado allí, ni cuando. Miró a su alrededor, tratando de identificar algo, de encontrar alguna pista que le indicase dónde demonios estaba y qué carajo hacía allí.
La habitación era ciertamente lujosa. Un esplendoroso suelo de parquet de efecto haya daba cobijo a tres sillones tapizados de color avellana con cubrecabezas y faldones preparados para una sugerente sesión de relax “aquello no era poliéster”. Los inmensos ventanales que estaban frente a su cama envolvían en una curva casi imposible un pequeño escritorio perfectamente equipado para servir de centro de operaciones a altos ejecutivos, un televisor de 21 pulgadas y un equipo de alta fidelidad, de una marca que no reconocía, uno de esos con sonido envolvente (detestaba los anglicismos) no era sorround, pensó. A un lado de la cama un enorme macetero con capuchinas amarillas y naranjas iguales a las que en un pequeño florero decoraban la mesa que presidía el semicírculo de sillones. Nogal americano, cerezo, caoba, iroko… Había oído hablar de cosas así en alguna de las reuniones de Nivel 5. Durante aquellos cinco minutos de “exploración” no consiguió averiguar nada. Más por intuición que por conocimiento se dirigió al baño.
- Señor –pensó mientras se le presentaba en su mente la imagen de aquel apartamento que aparecía en Manhattan Sur.
Había nivel allí. Se dio una ducha rápida. Se vistió con un albornoz con las letras GHB grabadas en uno de los bolsillos. Obviamente ya había identificado que estaba en un hotel pero aquellas letras le recordaban más al título de un videojuego de conducción que a cualquier otra cosa. Al mirar por la enorme ventana curvada contempló un cielo espectacularmente luminoso, una línea de playas que reconoció al instante y una especie de “patio de colegio para adultos” con una piscina en forma de gafas de buceo, palmeras y tumbonas de varios colores. En los dos cajones de la cómoda y en el empotrado de abedul macizo de su izquierda encontró todo lo necesario para continuar con sus pesquisas.
A medida que recorría las tripas de aquel monstruo de 186 metros de altura y más de 750 habitaciones únicamente pensó en dos cosas: Tomar un café bien cargado, de esos que son capaces de devolverle las huellas a los días de Ray Milland y en la gélida “relación” que estaba manteniendo con los distinguidos habitantes de aquel lugar. Se sentía más cercano a los empleados del servicio de habitaciones, sin duda.
No quiso dedicar mucho más tiempo a descubrir todo lo que albergaba el complejo. Lo importante no era dónde estaba sino por qué. Contempló de pasada el Auditorio de cristal (a sus socios de Nivel 5 seguro que les encantaría organizar –o ser organizados- un evento profesional allí y lo que luego alguien le comentó que era el Salón Bordon, otro habitáculo para suntuosas celebraciones, el segundo más grande del hotel. Ascensores de centro de negocios de película de alto presupuesto o de una ligera comedia romántica; serpenteantes cadenas de lámparas en las paredes; vidrio templado, acero mármol… Materia y materiales. Atravesó el hall, más propio de un edificio de la CIA que de un hotel, cruzando por encima de “la marca de la casa”, un logotipo redondo, de color negro con un simple dibujo de la silueta del edificio, una especie de caricatura posmoderna del propio inmueble exactamente igual a la que había divisado desde la habitación en el fondo de la piscina aunque aquel con el fondo azul. Sobrios vestidos de traje y chaqueta amarillos, pañuelos al cuello, sonrisas obligadas, poses solemnes y amabilidad de “Actor’s Studio”.
Ya en el exterior sus sensaciones sólo cambiaron respecto de las personas con las que, en ocasiones, intercambiaba miradas y sondeaba “sonidos”. Había más normalidad y menos hipocresía, creyó, o quería creer. Había dejado de escuchar conversaciones sobre lo “demodé” y lo vulgares que eran las camisetas de mangas recortadas que se lucían por doquier y lo estilizado de una sola doblez en los puños de la camisa para oír a un muchacho que “se verían” a las 21:00 horas en KU playa o que en Sattler (en Denia) te harían la mejor y más barata reparación de la cubierta de tu casa.
Rafa nunca se había sentido mejor que nadie ni superior a nadie. Muchas veces se podía escucharle decir “Siempre hay alguien que tiene más balas que tu”. Siempre hay alguien que es más fuerte, más listo, más honrado, más sagaz, menos hipócrita, más íntegro, más bueno, más generoso, mas sincero… mas humano. Al menos estaba convencido que tenía ideas propias, sus propios principios (dios qué palabra como si aquello representase el comienzo de algo). A sus casi 40 años se sentía un completo fracaso, un cobarde y una farsa pero, al menos se sentía él mismo. Se había rendido ante “su propia manera de ver las cosas”. Siempre había detestado la altivez, la autosuficiencia, la hipocresía, la crueldad sicológica de una sociedad que no te disparaba balas pero que trataba de lobotomizarte silenciosamente. No le gustaba la envidia, el rencor, el odio, los extremismos de ninguna clase, la superficialidad, el engaño, la miseria moral (lo que diantres sea eso), ni la material. Odiaba las guerras y cualquier clase de violencia, la corrupción, la especulación y… detestaba a sus socios (exsocios) de Nivel 5. Reprobaba sus “torturas” sin más instrumentos que su poder y el dominio que ejercían sobre sus empleados. Detestaba tanto las cosas, la imagen, la apariencia, la materia como a las personas que las ensalzaban.
“Se es una mierda cuando pides perdón y no se te concede”.
Se decidió a pasear un rato. Cruzó la calle de Langreo para llegar a la Avenida de la Vila Joiosa (se reventaba de risa cuando los empleados del Trenet lo pronunciaban con el marcado acento de la zona como Vila Yoyosa) hasta llegar al cruce que le encaminaba a la avenida de Jaume I. No se sorprendió de ir “reconociéndolo todo”, no era ilógico puesto que había vivido algunos meses allí muy poco antes de cofundar Nivel 5. El café ya había cumplido su misión y ahora necesitaba una cerveza. “La Cita” ya no estaba allí. En su lugar una de esas tascas asturianas con aspecto de tasca asturiana. Se tomó la cerveza y, sin rumbo fijo prosiguió su deambular mientras sus reflexiones le parecían algo más lúcidas, seguía pensando en personas, lugares y cosas, ensimismado. Nokia tune interrumpió el proceso.
- ¿Qué pasa príncipe?- espetó una voz.
Sólo con eso le sirvió para identificar a su llamante. No le hacía ni pizca de gracia eso de príncipe pero conociendo la fama de mujeriego de Rubén no le importó lo más mínimo el “significado” que pudieran darle quien quiera que se lo diese.
- ¿Qué pasa monstruo? –le respondí con la enorme sonrisa que me provocaba escuchar a alguien conocido, a un amigo, de los de verdad he de añadir.
- Tu si que eres feo –contestación lógica y por otro lado algo más que habitual.
- Veo que ya te has recuperado casi del todo –añadió con cierta sorna
- Anda dime, qué demonios sucedió ayer, o antes de ayer o cuando fuera-le dije
- ¿Te suena eso de “borracho como un piojo”? –me preguntó
- Je… -sin más añadidos, susurré
- Te veo en el Harley, ¿dentro de media hora te viene bien?
- ¡¡¡¡Que remedio!!!!! -solté
Lo que tenía claro es que en un lugar como ese, en una ciudad como esa uno puede averiguar quién es. Rafa lo averiguó por segunda vez, la primera al conocer de verdad su empresa y abandonarla. Decidió regresar, a su lugar, al lugar del que formaba parte y ser él. Decidió volver a escribir.
Decidió volver a…
Quizá sea demasiado pretencioso al escribir esto pero todo lo que podría decirse de mi se resume en una frase que, hace tiempo, dijo el bataría de una banda que me gusta mucho, Danny Carey, de Tool: "No soy quien quiero ser, no soy quién debería ser pero, por suerte, no soy quién era" En otras ocasiones me gusta referirme a mí mismo como hubiera hecho el escritor Orson Scott Card "Nuestra identidad no es nuestra forma, podemos tener cualquier forma y seguir siendo quienes somos"
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