martes, 9 de diciembre de 2008

Destinos

Se despertó como de costumbre. Muy temprano y tras haber dormido apenas tres horas. Era un hombre de costumbres inmutables, de modo que se dispuso a seguirlas de nuevo. Se dirigió a la cocina; llenó medio vaso de agua y lo introdujo en el microondas. No era persona hasta que no tomaba un café bien cargado. El pitido del micro le avisó de que el agua ya estaba caliente. Puso dos cucharadas colmadas de su café soluble habitual y se sentó en una de las sillas. Conectó el receptor de radio y sintonizó su emisora de costumbre para escuchar las noticias. Tras diez minutos de miradas perdidas a la mesa, los azulejos, el calendario y los electrodomésticos de la estancia, se levantó, depositó el vaso en fregadero y se dirigió a la ducha. Apoyó las dos manos en uno de los laterales del baño y agachó la cabeza mientras el abundante chorro del difusor le empapaba. Permaneció así durante varios minutos hasta que decidió terminar con su aseo diario.
Eran las siete de la mañana cuando salió de casa para dirigirse, como de costumbre, a su trabajo. Ocho horas de aburrida y rutinaria tarea de introducir referencias informes en las bases de datos de la compañía Novanet, una empresa dedicada a la seguridad tecnológica. Un trabajo de medio pelo para una persona no menos mediocre, pensó. Solía hacerlo, solía pensarlo.
Hacía tiempo que consideraba su anodina vida como terminada. Se sentía tan fracasado que cualquiera de sus actos diarios representaba, para él, meros actos inerciales alimentados por su incapacidad para ponerle fin a todo. Había dejado de existir el mismo día en que su mujer y su hijo habían fallecido en un accidente de aviación durante su viaje a Australia, un dieciocho de agosto como el que había comenzado esta mañana al despertarse. Sólo él había sobrevivido, aunque a menudo pensaba que él era el único que de verdad había muerto.
Permaneció unos minutos en el interior de su Renault Megane, pensativo y repasando su agenda del día antes de girar la llave del contacto. Se fijó durante unos breves instantes en un pequeño sobre que no recordaba haber colocado entre los papeles de la agenda. Era un sobre de un color azul apastelado. Lo abrió frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos en intenso gesto de extrañeza. En su interior solo encontró una pequeña tarjeta con un logotipo desconocido para él y una sencilla inscripción.


Durante un momento trató de recordar si ese nombre conseguía decirle algo. El resultado fue negativo. Tampoco le resultaba extraño que así fuera. Se pasaba horas introduciendo nombres y datos sin sentido alguno para él en un terminal de ordenador de Novanet. No era el nombre de ninguna de sus amigas ni el de ninguno de los clientes de su negocio paralelo de reparación de ordenadores que en su tiempo libre le permitía añadirle algunos euros extra a su raquítico sueldo. Nada de lo que aparecía en la tarjeta tenía significado. Mario decidió que lo más adecuado sería comprobar en las bases de datos de la compañía si los datos de la tarjeta correspondían a alguno de sus clientes. Al fin y al cabo hacía tiempo que había dejado de confiar en su memoria para delegar el cumplimiento de sus tareas y responsabilidades a la agenda y a una miríada de aparatos electrónicos que las cumplían por él.
- Don Mario Suárez, siempre tan puntual -le dijo Ana, la secretaria de Novanet que cada mañana era la primera persona a quien saludaba y le regalaba con su bonita sonrisa el, posiblemente, su mejor momento del día. Por sus facciones, Ana le resultaba tremendamente parecida a Lucía, su mujer, e inconscientemente se decía a sí mismo que Ana era alguno de los pedazos de Lucía que se habían esparcido por el mundo tras el accidente.
- Buenos días Ana, siempre tan amable y risueña –le respondió Mario con gesto fingidamente alegre.
- Mario, le espera el Señor Ruiz en su despacho, quiere hablar con usted –añadió ana al tiempo que mantenía su mirada fija sobre el monitor de su ordenador.
Sin mediar palabra, Mario se dirigió al despacho del director de Novanet en la segunda planta del edificio. Mantuvieron una, para él, intranscendente conversación sobre los nuevos proyectos que la organización se disponía a emprender y sobre lo importante que era para ellos contar con una fiable agenda de clientes a los que ofrecer sus nuevos servicios.
Mario se dirigió a su despacho ansioso por realizar algunas consultas a la base de datos de la empresa, consciente de lo que se jugaba al utilizar datos protegidos por la ley para sus fines personales. Tras casi veinte minutos de inútiles preguntas con una decena de parámetros diferentes concluyó que la base de datos no contenía ninguna clase de referencia a ninguna persona llamada Laura Rodríguez Redondo. Absolutamente nada. Tampoco tuvo éxito en Internet. No obtuvo ninguna referencia en Google. Ni sobre Laura ni sobre ninguna empresa u organización que respondiera al nombre de Comp Operations.
El resto de la jornada transcurrió con la habitual pena y la poca gloria acostumbrada. Llegó a su casa, se deshizo con desdén del maletín con su material de trabajo, se preparo una cena ligera a base de ensalada y pasta, abrió una de las botellas de Jack Daniels que tenía en el mueble bar de su salón, se sirvió un vaso y se dispuso a aniquilar alguna de las neuronas que a diario le torturaban con sus recuerdos.
Sonó el teléfono. Pese al terrible dolor de cabeza que le estaba poseyendo se levantó del sofá y lo descolgó tratando de controlar la sensación de vértigo. Consiguió contener el vómito.
- ¿Mario. Mario, soy Rubén. Joder, tío. Te tomas unos días libres y desapareces como de costumbre; a ver cuando decides echarle huevos al tema y dedicarte a vivir en lugar de a mal vivir. Coño Mario que ya han pasado siete años desde lo de Lucía, ya va siendo hora. Que te parece si quedamos para tomar algo hoy…
Mario había escuchado en el segundo plano al que le obligaba su resaca la voz de Rubén cuando reaccionó.
- Espera, espera tío; dame un minuto. No ha sido una noche fácil ¿sabes? –articuló como pudo Mario
Era un comportamiento común de su mejor amigo, Rubén, abrumarle hasta dejarle sin aliento y sin opciones de réplica con discursos trascendentes y palabras de dudoso tono pero Rubén era su mejor amigo y se lo había demostrado en numerosas ocasiones cuando necesitó tenerle a su lado para “superar” la muerte de su esposa. En cualquier caso, el discurso de su amigo le concedió un tiempo valioso para despejarse un poco.
- Sí, hombre sí, conozco tus noches difíciles –dijo Rubén con tono de resignación.
- Oye tío ¿que te parece si nos tomamos unas cervezas en el bar de Víctor?, ¿hoy a las siete te parece bien? Acuérdate que hoy es día veintiuno, ya sabes.
- Desde luego, claro, nos vemos luego –añadió Mario. Colgó el auricular del teléfono.
En La Última Parada, el bar de su amigo Víctor, siempre había un tremendo barullo de conversaciones intrascendentes sobre fútbol, siempre con el televisor a toda pastilla como banda sonora y otras no menos intranscendentes conversaciones sobre los aspectos físicos de las mujeres o el número de cacharros que caerían esa noche. El ruido de fondo de las noticias en la televisión era, en aquel momento, el sonido dominante en el local. Rubén y Mario con sus usuales párrafos de ofensiva contraofensiva sobre las costumbres autodestructivas en la vida de Mario.
- Lo sé, lo sé, dame algo más de tiempo, ¿quieres? –replicó Mario a uno de los comentarios de su amigo. Se quedaron en silencio unos instantes. El sonido del televisor dominó la estancia.
Seguimos con un nuevo episodio de la crónica negra de la violencia de género en nuestro país. Esta misma tarde ha fallecido una mujer como consecuencia de una brutal paliza que le propinó su compañero sentimental. La víctima, Laura Rodríguez Redondo, de treinta y cuatro años, vecina de los Barrios Altos en el casco viejo de Vigo, no consiguió superar las complicaciones que acompañaron al fallo en su hígado como consecuencia de la paliza de su compañero […]”

Mario giró bruscamente la cabeza para fijar su mirada sobre la pantalla del aparato, se fijó en el rostro agradable de la presentadora del informativo y centró su atención las imágenes de los vecinos y amigos de la víctima. No entendía nada de lo que acababa de escuchar, pero inevitablemente no pudo sino centrar sus pensamientos en el nombre que había oído. El bullicio había desaparecido y, en su cabeza, había un insistente eco repitiendo una y otra vez ese nombre: Laura Rodríguez Redondo.
Mario solicitó los días de permiso que le quedaban por disfrutar ese año. Se fue a Lugo. Haciéndose pasar por periodista de un diario local consiguió hablar con vecinos, familiares y amigos de Laura. Le contaron lo penoso de su vida en los últimos dos años cuando empezó a sufrir los arrebatos violentos de su compañero Luis, en quien se había refugiado tras la muerte de sus padres y la pérdida de un hijo de su anterior relación.

Cuando regresó a Madrid encontró en el buzón de su casa varias cartas y un nuevo sobre azulado con una nueva tarjeta dentro.


A ésta le siguió otra, que descubrió en la taquilla de su oficina. En los servicios de La Última Parada halló una más. Idénticos logotipos, distintos nombres, plazos y numeraciones. Nunca sabía dónde la encontraría, cuándo ni quién o quienes se las suministraban. Lo que averiguó al cabo de un par de días fue que todas tenían algo en común: cada una de esas personas terminaban muertas en distintas circunstancias. Daniel Costa Pérez se suicidó. Cristina López Fuentes sufrió un aparatoso accidente de moto que le quitó la vida unos días más tarde. Inexplicablemente, los fatídicos sucesos ocurrían siempre en el plazo que figuraba en la tarjeta.

Ese día encontró otra tarjeta en la caja con el pedido de la compra semanal que solía hacer.


En esta ocasión no titubeó. En menos de cinco minutos consiguió hacer una apañada maleta con lo imprescindible para pasar unos días fuera. Sacó un billete por Internet para el primer vuelo que había al día siguiente a la capital Navarra y reservó una habitación de hotel para cuatro días. Llegó al mediodía al aeropuerto de Noaín. Tomó un taxi que le llevó al Hotel Albret en uno de los barrios de la periferia de Pamplona. Tardó dos días de complicadas averiguaciones en encontrar a Javier. Éste había regresado a la ciudad tras doce años de residir en diferentes comunidades buscando nuevas oportunidades laborales y quizá una nueva ocasión de conocer a alguien que le ayudara a salir del pozo emocional en que se encontraba tras sus dos fracasos matrimoniales y un fallido intento de suicidio. Ideó la manera de entrar en contacto con Javier y así lo hizo entablando una primera conversación bastante fructífera con él. Mario aprovecho las “condiciones del terreno” se dijo, al conocer la, para otros, reprochable costumbre de Javier de escaparse los viernes por la noche en busca de cualquier clase de sustancia que introducir en su cuerpo para ahogar su mundo interior plagado de demonios y aciagos recuerdos hasta que conseguía regresar a su casa el domingo por la tarde. Habían transcurrido cinco días desde que había recibido la tarjeta. Era viernes. Apuró el cigarro que fumaba en la cafetería del hotel y le llamó. Quedaron para esa misma noche. Hablaron y bebieron. Bebieron hasta casi desfallecer. Mario pidió un taxi y ambos se fueron al hotel. Javier insistió e insistió durante toda la noche en adquirir toda clase de sustancias para mezclar con el alcohol, pero esta vez fue Mario, quién disuadió a Javier para que no lo hiciera. Curiosa ironía para un hombre acostumbrado a hacer precisamente eso y maltratar su hígado. Al día siguiente, el sexto después de recibir la tarjeta, a Mario le embargó una extraña sensación. Había conseguido hacer algo importante por alguien, algo con sentido, algo que evitase una tragedia para una persona hasta hace poco desconocida. Había sido el cómplice de Javier durante dos días contándole su propia historia. El caso es que Javier seguía vivo. Pasó otros tres días con su recién estrenado amigo intercambiando vivencias, agradecimientos, algún que otro reproche menor y unas cuantas cervezas. Había llegado a la convicción de que ahora, Javier estaba más tranquilo, más asentado en definitiva, que era más fiable dejarlo sólo. Estaba a punto de abandonar la ciudad con la promesa de volver en breve cuando recibió una llamada de la recepción del hotel. Se tomo unos segundos y bajó calmadamente. El recepcionista le entregó un sobre. En esta ocasión era un sobre blanco; de mayor tamaño que los anteriores pero con idéntico logotipo en su esquina inferior izquierda.
Se retiró a la cafetería dando las gracias al encargado de la recepción. Pidió un café solo y un croissant y se sentó en una de las mesas. Mientras esperaba el café y el bollo miraba con atención el sobre. Lo giraba. Lo posaba en la mesa, volvía a cogerlo hasta que se decidió a abrirlo. Dentro había un folio blanco doblado con tres pliegues y otro sobre azulado. Se decidió a abrir ambos. El folio contenía una carta. El sobre azul un nuevo nombre, un nuevo plazo y una nueva numeración.
La carta, muy breve, con apenas tres líneas de texto escrito a doble espacio, el logotipo habitual y una firma ilegible, decía así:
“Al algunas personas se les encomienda la pesada tarea de velar por los demás; de conocer sus debilidades, sus cargas, sus pecados, sus virtudes, sus recuerdos, sus errores, sus intimidades, su destino; a otras les toca ejecutar su salvación”


Un hombre hace lo que puede hasta que su destino le es revelado








Se despertó como de costumbre. Lucas Michaelson Jones había recibido un nuevo sobre con una nueva tarjeta. Justo un año después de recibir la primera entrega de los incomprensibles sobres azules. Un once de agosto le llegó la de Jesse hacía un año ya. No pudo hacer nada porque no había entendido nada. Sin saberlo, era nuevo en los actos de compasión. La de hoy era ya, una de tantas tarjetas, una de tantas acciones compasivas. Ya sabía que hacer.


Lucas se tomó el café con calma. Llamó a American Airlines y preparó su vuelo a España.

lunes, 10 de noviembre de 2008

Frases

Hace mucho tiempo, desde que soy adolescente para ser exactos, he ido recogiendo en un pequeño cuaderno algunas de las frases que han ido marcando mi existencia durante todos estos años. Las he ido apuntanod a medida que éstas aparecían en mi vida, mientras leía un libro, mientras veía una película, cuando me la decía algún amigo...

Son muchas y en mi libreta están son orden alguno y... quisiera compartirlas con vosotros/as. Como es natural en esta entrada del blog no podré poner nada más que algunas,que seleccionará aleatoriamente, e iré completendolas en sucesivas entregas.

Espero que os gusten.

- Solo una persona mediocre está siempre en su mejor momento. (William Sommerset Maughan)
- Detesto lo que dices pero defendería hasta la muerte tu derecho a decirlo. (Voltaire)
- Si podemos preguntarnos ¿soy o no soy responsable de mis actos?, significa que si lo somos (F. Dostoievski)
- Demasiado al este es el oeste. (Proverbio Chino)
- Si el cerebro fuera tan simple que pudiéramos entenderlo, seríamos tan simples que no podríamos hacerlo. (David Zindell "Nerverness")
- Enamorarse es exagerar enormemente la diferencia entre una mujer y otra. (G.B. Shaw)
- No hace falta ver los pensamientos, basta con mirar la expresión de los rostros. (Provervio danés)
- La fuerza es tan solo un accidente que proviene de la debilidad de los demás. (Joseph Conrad "El corazón de las tinieblas")
- Nuestra conducta es la única prueba de la sinceridad de nuestro corazón. (T. Wilson)
- Lo mismo da triunfar que hacer gloriosa la derrota (Valle Inclán)
- Las cosas más preciosas son mas ligeras que el aire ("Smoke")
- Más de la mitad de la cultura moderna depende de lo que no debería leerse. (Oscar Wilde "La importancia de llamarse Eernesto")
- La prudencia es una vieja, fea y rica solterona cortejada por la incapacidad. (William Blake)
- No soy quien quiero ser, no soy quien debería ser pero, por suete, no soy quien era (Danny Carey, cantante del grupo TOOL)
- Lo que estaba claro es que necesitaba escaparme de este aburrido país que a veces es la vida (Edward Limonov "Historia de un servidor")
- El amor es la amistad con momentos eróticos (Antonio Gala)
- La belleza que atrae rara vez coincide con la belleza que enamora (Ortega y Gasset)
- El carbón no cambia de color cuando se lava. Lo que no se puede curar ha de soportarse. (Dominique Lapierre "La ciudad de la Alegría)
- También somos lo que hemos perdido (De la película Amores Perros de Alejandro González Iñarritu)
- Las palabras sirven para mentir, el dolor siempre es verdadero (De la película Audition)
- Mientras aún puedas decir que has tocado fondo es que no lo has tocado (De la película The Good Girl)

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Palabras

En el despacho de abogados de Dávila, Tuñon y Asociados el ritmo de trabajo era frenético, no en vano por sus dependencias y salas de reunión, además de casos más “típicos” circulaban diariamente varios millones de euros en transacciones económicas, fusiones comerciales y operaciones financieras de alto riesgo y más alta rentabilidad; caso de que todo fuera bien. Y sus abogados sabían hacerlo bien. Adela había acudido a aquel Bufete tras la recomendación de su amiga Nuria. Son prepotentes, orgullosos, arrogantes, le había comentado en su momento su amiga, pero son los mejores, concluyó.

- Verá señora, lo que ocurre en realidad, es que no podemos hacer lo que usted sugiere. La existencia de más de un objeto procesal da lugar al litisconsorcio pasivo necesario y hoy por hoy no sería posible hacer lo que usted pretende – le espetó rotundamente la abogada con una sonrisa de indiferencia que irritó a Adela.

- No entiendo nada de lo que me está diciendo –le replicó

- Señora, yo soy la abogada y le sugiero que acepte mi consejo y me deje aplicar mis criterios profesionales. No podemos arriesgarnos, no ahora que estamos tan cerca de un final satisfactorio para todos. De lo contrario podríamos llegar a una sentencia contradictoria que vulnere el principio de audiencia e indefensión de las partes y, eso, señora Pardo, no nos conviene – la abogada terminó su breve discurso jurídico con la indiferencia de la que le habló Nuria, levantándose de la mesa y dirigiéndose a la máquina de café situada el lado de la puerta del despacho.

Adela no sabía que decir. Se sentía desconcertada, indignada y cansada. En su fuero interno ella tenía las cosas claras. Su empresa la había echado de su trabajo, no había vuelta de hoja. No lograba comprender porque era tan poco evidente para todos los demás incluida su propia abogada. Con un gesto de resignación recogió su abrigo del respaldo de la silla donde había estado sentada la última media hora y se levantó.

- Le mantendré informada puntualmente –señaló Lucía, su abogada, mientras extraía de uno de los cajones de su escritorio el dossier de Rafael Tessier, el cliente que le esperaba en el hall desde hacía cinco minutos.

Adela se despidió con unas falsas gracias. Abrió la puerta del despacho se puso su abrigo y sacudió ligeramente su larga melena negra para colocar su cabello fuera de la cobertura del abrigo. Rafael, la miró ligeramente y le dio los buenos días esbozando una leve sonrisa entre los desconocidos que tienen algo, aunque sea un abogado, en común.

- Siéntese señor Tessier, enseguida estoy con usted – Le espetó Lucía sin haberle dado tiempo siquiera a saludarla

La abogada permaneció durante unos minutos ojeando la carpeta con el dossier del caso de Rafael. Tomó unas notas en su cuaderno de trabajo y bebió un sorbo de café.

- Verá, le seré totalmente sincera, señor Tessier. La cosa está complicada, realmente complicada. Técnicamente ocurre que nos encontramos ante un ficta documentatio. Esta constituye la trasposición al medio documental de lo previsto para la confesión en la Ley de Procedimiento Laboral. El caso, señor Tessier es, que la posibilidad de declarar la ficta documentatio es una facultad del tribunal y no una obligación, de manera que en nuestro caso necesariamente quedamos expuestos al criterio del mismo para considerar como prueba el “inconseguible” documento del que usted habla. A mi entender, señor Tessier, no tenemos argumentos suficientes para que el tribunal acepte nuestra propuesta.

Rafael elevó y enarcó las cejas al tiempo que pestañeó repetidamente al tiempo que se frotaba los ojos, se quedó medio embobado mirando a su abogada mientras iba perdiendo el sonido de su voz a media que se esforzaba, inútilmente en entender lo que Lucía le estaba diciendo. Para sí pensó en aquella frase que en una ocasión le espetó sin piedad alguna su amigo Iván en una de esas charlas de bar en las que se dice de todo tras despacharse tres o cuatro cacharros de Cacique con Cola “Si quieres justicia, vete a una casa de putas; Si quieres que te jodan, vete a los tribunales”. En este momento él hubiera añadido una simple coletilla a esa frase “[…] o a un abogado”. Rafael trató de guardar la compostura mientras Lucía continuaba el discurso solemne y desprendido de toda compasión y deferencia para con su cliente que era tan típica de los abogados del Bufete.

Los gritos y el tumulto les sorprendieron a los dos mientras Rafael trataba de volver al “asunto” y Lucía intentaba concluir su diatriba. A través de las ventanas del despacho asistieron a un desfile frenético de hombres finamente trajeados y señoritas de pelo recogido, intenso maquillaje y porte televisivo.

Lucía pudo ver a Tomás Requena, el Jefe del Área de Seguridad y Relaciones Externas de Dávila, Tuñon y Asociados, detenerse en medio del pasillo con alguien que no reconocía. Se trataba, pensó, de un individuo… como decirlo, de aspecto informal que desentonaba dentro de aquel ambiente de personas elegantes y objetos caros. El individuo masajeaba nerviosamente el lóbulo de su oreja izquierda al tiempo que retorcía uno de los zarcillos que colgaba del mismo. Tomás bajó la cabeza y dirigió las palmas de sus manos hacia sus sienes en un gesto inequívocamente preocupante.

Lucía abrió violentamente la puerta del despacho dejando atónito a Rafael y se dirigió a Tomás con gesto de sorpresa.

- ¿Que es lo que ocurre, Tomás? –le dijo sin dirigir ni siquiera un saludo a ninguno de los dos.

Hubo un breve silencio de unos segundos mientras continuaba la banda sonora de gritos y palabras malsonantes de muchos de los empleados del Bufete.

- Mierda, mierda, mierda – soltó secamente Tomás.

- Hemos consultado a diversos expertos y la conclusión es unánime señor Requena, no puede hacerse nada – Dijo de inmediato el individuo de aspecto informal.

- Como Miembro fundador y principal accionista de la Compañía exijo una explicación de inmediato – Gritó Lucia al tiempo que resopló violentamente para reforzar su exigencia y mostrar su enfado

- Hemos perdido millones de euros, Lucía. Millones

El hombre del zarcillo intervino de repente en la conversación.

- Señores, quien o quienes hayan sido los autores del “acto” han utilizado el Método Guttman Wipe de treinta y cinco pasadas de reescritura para el borrado seguro de los datos. Los cortafuegos de la compañía no consiguieron resistir el ataque. Los atacantes incluso lograron vulnerar el sistema proxy que evalúa los comandos SQL antes de enviarlos a las bases de datos y estas quedaron comprometidas. Los bloqueos de los comandos administrativos también fueron rápidamente quebrantados. Listos, muy listos y muy rápidos. Realizaron múltiples escaneos de vulnerabilidades, introdujeron los exploits, compilaron los rootkits en menos de un cuarto de hora. Emplearon herramientas de acceso remoto por conexión inversa utilizando una técnica de tunelización http, saltándose toda la protección perimetral. Sencillamente perfecto. Anularon los servicios de alertas y de registro de los IDS incapacitaron el envío a Syslog de los registros de actividades. Entraron hasta la cocina, se dieron un buen festín y no dejaron ni un átomo de miga de pan sobre la mesa.

Lucía y Tomás se dirigieron una mirada de asombro e incredulidad. Parecía que alguien les había pagado con la misma falsa moneda que ellos solían emplear con algunos de sus clientes. Les pagaron con palabras y les pagaron bien. Y ese era el único ingreso que ese día iban a recibir en Dávila, Tuñon y Asociados.

jueves, 30 de octubre de 2008

Señas de Identidad

Eva. 14 años recién cumplidos. Su madre le compró su primera minifalda. Le gustaban más los vaqueros. Apenas se la puso dos veces.

Con 18 se hizo un tatuaje en el hombro izquierdo con un motivo tribal en un sólo color y un piercing en la ceja derecha. Seguía vistiendo de vaqueros para casi todo. Solía vestirse con unos de tiro ultra bajo.

Tres meses más tarde se colocó un segundo piercing en el ombligo. Un pasador de acero quirúrgico que le atravesaba desde la parte superior a la inferior.

Su primer trabajo fue de camarera en el Bar La Pedrosa un refinado local de copas que estaba a quinientos metros de su casa. Iba caminando. Para ella lo mejor de todo es que no era necesario que fuera vestida de etiqueta al trabajo.

Los 23 años le alcanzaron a punto de terminar sus estudios universitarios de enfermería. No le gustaba el blanco pero le encantaba cuidar de la gente.

Eva sollozaba y derramaba mares de lágrimas cuando su novio Fran dijo que no quería seguir con la relación que mantenían desde hacía dos años y medio. Los agujeros de sus piercings ya se habían cerrado y ahora se abrían otros muy diferentes, dentro de ella.

A los 27 conoció a Emilio. Los, casi nuevos, agujeros en el alma empezaron a cerrarse.

Eva contrajo matrimonio con Emilio casi al mismo tiempo que Fran lo hacía con Irene. En la boda llevaba un traje de organza arrugada y plumas diseñado por Andrea Milu. Fue de las pocas ocasiones en que se la pudo ver sin vaqueros.

Su primer viaje al extranjero con Emilio fue un completo fracaso. Problemas con la agencia, problemas con la categoría del hotel muy diferente a la que había contratado; pérdida del equipaje y un accidentado regreso a casa. Tuvo que renovar todo su vestuario.

Saluda a la cámara desde el paseo de la playa Le casino de Biarritz donde había ido a pasar el fin de semana con su amiga Delphine una francesa que había conocido durante sus vacaciones en Normandía. Se estaba celebrando una de las pruebas del circuito mundial de surf y decidieron dar un paseo e inmortalizar el momento. Parecían hermanas y vestían con un estilo similar: vaqueros y camiseta de tirantes blanca. Hacía calor.

Al poco tiempo del nacimiento de su segunda hija, Helena, Eva mantuvo una acalorada discusión con Emilio sobre la necesidad de mudarse a otro piso más grande. Emilio no era partidario de hacerlo, no veía necesidad. Eva, sin embargo, era partidaria de trasladar su residencia a un lugar más tranquilo a las afueras de la ciudad.

Nunca había perdido la belleza que la hacía destacar cuando era más joven. A sus 44 años, seguía llamando la atención y uno de sus compañeros de trabajo, Elías se enamoró perdidamente de ella. Eva seguía luciendo su belleza aún embutida en sus inseparables vaqueros y con sus bien combinadas camisetas.

Un año después Eva perdió su empleo. Elías fue trasladado al Hospital Universitario Son Dureta de Mallorca. Su marido había tenido un accidente en el trabajo que le dejó parapléjico y su mejor amiga se sumió en una gran depresión al separarse de Juanjo con quién había compartido 11 años de matrimonio. En momentos de adversidad Eva acostumbraba a refugiarse en los centros comerciales donde el bullicio y las tiendas de ropa conseguían mantenerla distraída durante unas horas de sus preocupaciones. No se compró, como era de esperar ninguna falda.

En su 75 cumpleaños, Eva estaba acompañada de sus dos nietos, Isaac y Laura, por sus hijos y por el Emilio. Hacía tiempo que había dejado de vestirse de vaqueros. Quizá todo eso que quería ocultar bajo su vestimenta pudiera haber sido ocultado, al menos, a la vista del resto del mundo pero lo que jamás consiguió ocultar fue su enorme corazón.

Hasta poco tiempo antes Eva nunca dejó de lucir una espectacular melena rubia. De esbelta figura, finas y delicadas facciones, una piel pulida por el sol del mediterráneo, preciosos ojos verdes aunque de mirada lánguida, nunca pudo ocultar la belleza que siempre la había acompañado tras sus eternos compañeros azulados y las camisetas que no ayudaban a disimular sus preciosos senos. Su casi metro ochenta de estatura ayudaba sobremanera a mostrarla como una mujer imponente, casi intimidadora. Sus delgadas manos no mostraban realmente la fortaleza con la que siempre las utilizaba. De caminar firme y suaves movimientos. De un monumental corazón que, aunque no se veía no podía ocultarse tras la ropa.

jueves, 9 de octubre de 2008

Peque

Así solía llamarla. A ella le gustaba porque aunque era una sola palabra para ella significaba cientos de ellas. Recuerdo que la primera vez que se la dije no se lo tomó muy bien. Aunque es una expresión que suele utilizarse siempre de forma cariñosa durante unos instantes ella creyó ver una alusión a su baja estatura, pareció ofenderle y apenas me dio tiempo a reaccionar para evitar su enfado. Esbocé una ligera sonrisa mientras, a la vez que volteé rápidamente los brazos como dibujando una pirueta aérea, emitía fingidas carcajadas para tratar de relajar la situación. Acabé haciéndola reír.

Hacía ya un par de años que nos conocíamos pero hasta ese momento no habíamos pasado de la típica conversación laboral, literaria o cinematográfica. Ese día hablamos de otras cosas y al cabo de un rato se me escapó la palabreja.

- No peque, no me siento bien -le dije cuando después de hablar de mi fracaso matrimonial me preguntó si ahora me sentía mejor

Me abrazó. Guardó silencio durante unos momentos y perdió la mirada. Le había llegado el habitual momento de compasión ante el dolor de un amigo y en ese preciso instante empezó su viaje por la montaña rusa de la confusión emocional. Confundió amistad con amor, la pasión con la atracción física, el deseo con la necesidad. En esos viajes uno siempre viaja solo (en este caso sola). Empezó a ver las cosas que quería ver, no las que eran en realidad.

Durante unos meses titubeaba en las conversaciones, utilizaba expresiones confusas, generalizaba todos sus comentarios y opiniones. No quería, o no se atrevía, a decir las cosas, a llamarlas por su nombre. Cuando planeamos acostarnos juntos por primera vez a eso lo llamó encuentro. Cuando hicimos el amor no dudó en llamarlo "eso". Supongo que todo ello era fruto de la confusión, si pero también detectaba cierto temor. Ella, al igual que yo, tenía miedo a volver a enamorarse. Yo Creía que el proceso de enamoramiento era parecido a aprender a andar en bicicleta. Te caes y duele. Vuelves a subirte y vuelves a caer. Vuelve a doler. Acabas por mantener el equilibrio. Ella no. Pensaba que trás las dos o tres primeras caídas ya debía de abandonar. Por eso tenía miedo, por eso estaba confusa, por eso cuando hablaba utilizaba muchas palabras y por eso, no decía nada.

Al cabo de un tiempo descendió de la vagoneta de la montaña rusa. Su ex novio había reaparecido en su vida. Dos días más tarde recibí una llamada de mi ex mujer, quería volver conmigo. "Peque" pasó de la confusión conmigo a la confusión con quien había compartido los últimos seis años de su vida. Ahora me tocaba a mi subir al vagón.

Y vagué. Dios sabe que así fue. No sabía en que dirección disparar. A la diana en movimiento de la persona con quien había compartido siete meses de, llamémosla, intensa confusión o a la diana fija de la persona con quien había vivido durante catorce años. Disparé.

Disparé a la diana más pequeña. A la que se movía.

- Peque, ¿quieres mantequilla o margarina con la tostada? -le pregunté mientras aún se desperezaba

Después de cuatro años de casados aún no era capaz de recordar su preferencia.

...

Sí, acerté. La diana era pequeña, sí, pero la bala también. Nosotros no. Somos grandes, seguimos siendo grandes y... seguimos creciendo aunque sigamos siendo "peques".

martes, 23 de septiembre de 2008

¿Por qué leo?

Se me antoja que lo más obvio de esta pregunta es que leo porque sé leer. Pero pese a lo que pudiera parecer no es una cuestión baladí. El caso es que no hace mucho leí un artículo en el que se decía que según un informe de la UNESCO de continuar la tendencia actual habría en el mundo unos 830 millones de analfabetos para el año 2010. No puedo sino considerarme un privilegiado. Tengo suerte y por eso leo.

Me gusta el cine. La ventaja de leer es que a través de “los mundos que ven otras personas” puedes construir tu propia película. Ves, mientras lees, las películas que otros han concebido. Soy de los que creen que libros y adaptaciones cinematográficas van de la mano. Lo que sucede es que cuando alguien ve una película surgida de una mente literaria “le molesta” que alguien (director, guionista, productor o quien sea) haya visto una película diferente. Leo por que me gustan las películas.

Leo porque me gusta explorar, porque me gusta descubrir, porque me gusta saber como otras personas ven lo que puede sentirse, lo que puede haberse vivido.

Leo porque hay libros y leo porque hay gente que decide empujarte a hacerlo escribiendo. Por eso también escribo o, al menos lo intento.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Emergencias

Emergencia: Cualquier situación no deseada e imprevista que pueda poner en peligro la integridad física de las personas, las dependencias y el medio ambiente, exigiendo una actuación y/o evacuación rápida y segura de las mismas...

Para Andrés su vida entera era una emergencia. Los últimos siete años fueron una emergencia. Los últimos dos meses fueron una emergencia y el 112 no era, precisamente el teléfono que podía ayudarle.

Hacía 5 años su prometida le dejó "colgado" en el altar de la Iglesia de San Justo donde iban a casarse después de 14 años de relación. Tres meses más tarde ya había solicitado su ingreso en los Grupos Terapéuticos de Alcohólicos Anónimos tras darse cuenta que habia perdido el control de su vida y no le importaba lo más mínimo que o cuales sustancias la controlasen ahora. Al salir de una de sus reuniones un conductor borracho perdió el control de su vehículo y arremetió contra él atrapándole entre éste y un árbol de la Avenida de los Reyes Católicos. Tuvieron que amputarle la pierna derecha. Perdió su trabajo una semana más tarde ante la imposibilidad de "negociar" un cambio de puesto de trabajo en la empresa. Cuando conoció a Clara quiso creer que aquello supondría pasar de las constantes situaciones de emergencia a las situaciones de tranquilidad que tanto anhelaba. Como en otras ocasiones se equivocó. Clara era una mujer hipnótica, oscura y caprichosa. Se lo pasó muy bien durante el año y medio que duró la relación aprovechando la predisposición de Andrés a escuchar historias tristes como la suya y le dió carpetazo en el momento en que Andrés más la necesitaba. Uno más de sus caprichos. El siguiente fue apuntarse a clases de Pilates y acudir más a menudo al club de golf con su amiga Paula...

Dos días mas tarde Andrés ingresó en las Urgencias del Hospital del Santo Angel por una intoxicación etílica grave y acusados síntomas de hipotermia. Lo médicos trataron de estimularle durante varias horas para conseguir reanimarle. Y finalmente lograron hacerlo. Rebeca, la enfermera que le encontró en la calle medio moribundo consiguió evitar que Andrés se ahogase en su propio vómito. Le abrazó nada más comprobar su pulso, lo colocó boca abajo y con la cabeza ladeada para evitar la aspiración del vómito, gesto que fue agradecido efusivamente por los servicios médicos del Hospital. Rebeca tuvo que irse tras preguntar a sus compañeros de profesión si podía ayudar en algo más y recibir la respuesta habitual de que ellos realizarían su trabajo y que podía estar tranquila. Se acercó a Andrés de nuevo, durante unos segundos antes de darse la vuelta y echar a andar hacia la salida de las dependencias hospitalarias. Su silueta se perdió de vista al cabo de un par de minutos.

Andrés paso las siguientes dos semanas encerrado en casa sin salir ni siquiera para hacer las compras que, por otro lado, le llevaba habitualmente a su domicilio Javier, el dueño de la tienda de ultramarinos que estaba a 50 metros de su casa al otro lado de la calle. Ningún día recordaba nada de lo ocurrido el día anterior. Tampoco quería hacerlo. Se despertaba a menudo tirado sobre la alfombra; se levantaba, cogía sus muletas, trataba de adecentar el suelo del salón como podía y vuelta empezar de nuevo. Pero ese día mientras limpiaba los desperfectos de una jornada de excesos premeditados ocurrió algo. Bajo la mesa que albergaba los restos de comida y botellas que utilizaba diariamente para seguir provocando a su hígado divisó un pequeño papel que recogió de inmediato. No recordaba nada sobre el tema de modo que lo abrió.

En el papel había escritos un nombre y un número de teléfono. No era el teléfono de emergencias 112 ni el de ninguno de sus amigos. No conseguía recordar de quien era, aunque como es lógico le hubiera extrañado haber podido hacerlo. Se acercó lentamente al desgastado taquillón de la entrada de su casa. Descolgó el auricular del teléfono y marcó el número escrito en el papel: 630971160. Tras varios tonos de llamada sonó una suave voz femenina

- ¿Sí?. ¿Quién es?

- Supongo que eres Rebeca, ¿no es así? -respondió Andrés con aparente tranquilidad

- Si, soy Rebeca y... tú ¿eres? -añadió ella con notoria inquietud

- Yo soy la persona a la que le salvaste la vida hace dos semanas -dijo Andrés arriesgándose a equivocarse pero asumiendo las posibles consecuencias de su equívoco.

Se hizo un breve silencio en ambos lado del aparato. Andrés habia marcado el número de teléfono que figuraba en aquel trozo de papel sin saber muy bien qué decir a quien iba a decírselo. Acertó. Había llamado a "emergencias" y, de nuevo, volvieron a atenderle amablemente.

Rebeca y Andrés, quedaron para tomar un café. Y hablaron. Ese día ya no olvidó nada. Nunca más tuvo que abrir su agenda para buscar el número de teléfono de las emergencias.

P.S. El número de teléfono del relato es inventado. Pido disculpas, por adelantado, si casualmente resultase un número real y pudiese haber provocado alguna clase de situación inesperada y/o no deseada.

viernes, 12 de septiembre de 2008

La Huida

Este relato es una especia de Spin-off sobre el personaje de una novela que leí.

Autor: Pelayo Cardelús. Libro: “El esqueleto de los guisantes”.
Rafa fue socio fundador y director del área creativa de Nivel 5, una agencia publicitaria donde la precariedad laboral, el desencanto, el hastío y un compañerismo postizo por el que unos se preocupan de mantener su empleo mientras otros se lamentan de haberlo perdido se dan cita para conformar un variopinto crisol de personajes. De Rafa sabemos que dejó la empresa (quizá porque se encontró consigo mismo) y que se le menciona menos de veinte veces en la novela. Quizá el motivo pueda ser este.

Aún creo en el paraíso[…]
Lo importante no es a dónde vas sino
cómo te sientes cuando llegas
a formar parte de algo
(La Playa)

Todos tenemos nuestro propio paraíso
I. L. Yeats

Rafa se despertó en una habitación de la planta 16 del Gran Hotel Bali de Benidorm con un terrible dolor de cabeza. Por supuesto, él no sabía que estaba en ese hotel y en esa ciudad, aún. No recordaba cómo había llegado allí, ni cuando. Miró a su alrededor, tratando de identificar algo, de encontrar alguna pista que le indicase dónde demonios estaba y qué carajo hacía allí.

La habitación era ciertamente lujosa. Un esplendoroso suelo de parquet de efecto haya daba cobijo a tres sillones tapizados de color avellana con cubrecabezas y faldones preparados para una sugerente sesión de relax “aquello no era poliéster”. Los inmensos ventanales que estaban frente a su cama envolvían en una curva casi imposible un pequeño escritorio perfectamente equipado para servir de centro de operaciones a altos ejecutivos, un televisor de 21 pulgadas y un equipo de alta fidelidad, de una marca que no reconocía, uno de esos con sonido envolvente (detestaba los anglicismos) no era sorround, pensó. A un lado de la cama un enorme macetero con capuchinas amarillas y naranjas iguales a las que en un pequeño florero decoraban la mesa que presidía el semicírculo de sillones. Nogal americano, cerezo, caoba, iroko… Había oído hablar de cosas así en alguna de las reuniones de Nivel 5. Durante aquellos cinco minutos de “exploración” no consiguió averiguar nada. Más por intuición que por conocimiento se dirigió al baño.

- Señor –pensó mientras se le presentaba en su mente la imagen de aquel apartamento que aparecía en Manhattan Sur.

Había nivel allí. Se dio una ducha rápida. Se vistió con un albornoz con las letras GHB grabadas en uno de los bolsillos. Obviamente ya había identificado que estaba en un hotel pero aquellas letras le recordaban más al título de un videojuego de conducción que a cualquier otra cosa. Al mirar por la enorme ventana curvada contempló un cielo espectacularmente luminoso, una línea de playas que reconoció al instante y una especie de “patio de colegio para adultos” con una piscina en forma de gafas de buceo, palmeras y tumbonas de varios colores. En los dos cajones de la cómoda y en el empotrado de abedul macizo de su izquierda encontró todo lo necesario para continuar con sus pesquisas.

A medida que recorría las tripas de aquel monstruo de 186 metros de altura y más de 750 habitaciones únicamente pensó en dos cosas: Tomar un café bien cargado, de esos que son capaces de devolverle las huellas a los días de Ray Milland y en la gélida “relación” que estaba manteniendo con los distinguidos habitantes de aquel lugar. Se sentía más cercano a los empleados del servicio de habitaciones, sin duda.

No quiso dedicar mucho más tiempo a descubrir todo lo que albergaba el complejo. Lo importante no era dónde estaba sino por qué. Contempló de pasada el Auditorio de cristal (a sus socios de Nivel 5 seguro que les encantaría organizar –o ser organizados- un evento profesional allí y lo que luego alguien le comentó que era el Salón Bordon, otro habitáculo para suntuosas celebraciones, el segundo más grande del hotel. Ascensores de centro de negocios de película de alto presupuesto o de una ligera comedia romántica; serpenteantes cadenas de lámparas en las paredes; vidrio templado, acero mármol… Materia y materiales. Atravesó el hall, más propio de un edificio de la CIA que de un hotel, cruzando por encima de “la marca de la casa”, un logotipo redondo, de color negro con un simple dibujo de la silueta del edificio, una especie de caricatura posmoderna del propio inmueble exactamente igual a la que había divisado desde la habitación en el fondo de la piscina aunque aquel con el fondo azul. Sobrios vestidos de traje y chaqueta amarillos, pañuelos al cuello, sonrisas obligadas, poses solemnes y amabilidad de “Actor’s Studio”.

Ya en el exterior sus sensaciones sólo cambiaron respecto de las personas con las que, en ocasiones, intercambiaba miradas y sondeaba “sonidos”. Había más normalidad y menos hipocresía, creyó, o quería creer. Había dejado de escuchar conversaciones sobre lo “demodé” y lo vulgares que eran las camisetas de mangas recortadas que se lucían por doquier y lo estilizado de una sola doblez en los puños de la camisa para oír a un muchacho que “se verían” a las 21:00 horas en KU playa o que en Sattler (en Denia) te harían la mejor y más barata reparación de la cubierta de tu casa.

Rafa nunca se había sentido mejor que nadie ni superior a nadie. Muchas veces se podía escucharle decir “Siempre hay alguien que tiene más balas que tu”. Siempre hay alguien que es más fuerte, más listo, más honrado, más sagaz, menos hipócrita, más íntegro, más bueno, más generoso, mas sincero… mas humano. Al menos estaba convencido que tenía ideas propias, sus propios principios (dios qué palabra como si aquello representase el comienzo de algo). A sus casi 40 años se sentía un completo fracaso, un cobarde y una farsa pero, al menos se sentía él mismo. Se había rendido ante “su propia manera de ver las cosas”. Siempre había detestado la altivez, la autosuficiencia, la hipocresía, la crueldad sicológica de una sociedad que no te disparaba balas pero que trataba de lobotomizarte silenciosamente. No le gustaba la envidia, el rencor, el odio, los extremismos de ninguna clase, la superficialidad, el engaño, la miseria moral (lo que diantres sea eso), ni la material. Odiaba las guerras y cualquier clase de violencia, la corrupción, la especulación y… detestaba a sus socios (exsocios) de Nivel 5. Reprobaba sus “torturas” sin más instrumentos que su poder y el dominio que ejercían sobre sus empleados. Detestaba tanto las cosas, la imagen, la apariencia, la materia como a las personas que las ensalzaban.

“Se es una mierda cuando pides perdón y no se te concede”.

Se decidió a pasear un rato. Cruzó la calle de Langreo para llegar a la Avenida de la Vila Joiosa (se reventaba de risa cuando los empleados del Trenet lo pronunciaban con el marcado acento de la zona como Vila Yoyosa) hasta llegar al cruce que le encaminaba a la avenida de Jaume I. No se sorprendió de ir “reconociéndolo todo”, no era ilógico puesto que había vivido algunos meses allí muy poco antes de cofundar Nivel 5. El café ya había cumplido su misión y ahora necesitaba una cerveza. “La Cita” ya no estaba allí. En su lugar una de esas tascas asturianas con aspecto de tasca asturiana. Se tomó la cerveza y, sin rumbo fijo prosiguió su deambular mientras sus reflexiones le parecían algo más lúcidas, seguía pensando en personas, lugares y cosas, ensimismado. Nokia tune interrumpió el proceso.

- ¿Qué pasa príncipe?- espetó una voz.

Sólo con eso le sirvió para identificar a su llamante. No le hacía ni pizca de gracia eso de príncipe pero conociendo la fama de mujeriego de Rubén no le importó lo más mínimo el “significado” que pudieran darle quien quiera que se lo diese.

- ¿Qué pasa monstruo? –le respondí con la enorme sonrisa que me provocaba escuchar a alguien conocido, a un amigo, de los de verdad he de añadir.

- Tu si que eres feo –contestación lógica y por otro lado algo más que habitual.

- Veo que ya te has recuperado casi del todo –añadió con cierta sorna

- Anda dime, qué demonios sucedió ayer, o antes de ayer o cuando fuera-le dije

- ¿Te suena eso de “borracho como un piojo”? –me preguntó

- Je… -sin más añadidos, susurré

- Te veo en el Harley, ¿dentro de media hora te viene bien?

- ¡¡¡¡Que remedio!!!!! -solté

Lo que tenía claro es que en un lugar como ese, en una ciudad como esa uno puede averiguar quién es. Rafa lo averiguó por segunda vez, la primera al conocer de verdad su empresa y abandonarla. Decidió regresar, a su lugar, al lugar del que formaba parte y ser él. Decidió volver a escribir.

Decidió volver a…

martes, 9 de septiembre de 2008

El ojo del tiempo

"Yo nunca pienso en el futuro. Viene bastante rápido.", Albert Einstein


Román concluyó su encendido discurso como nuevo catedrático de física teórica de la Universidad de B.H. con un seco: gracias por su enorme interés. Además de ser considerado un físico genial, el más brillante de su generación, era un individuo flemático y con una fina ironía latente en cada uno de sus actos y sus palabras.

Su Teoría Tiempo congelado le había reportado una numerosa legión de seguidores y una, no menos nutrida, de detractores. Básicamente sus postulados demostraban o, trataban de demostrar, en opinión de otros ilustres sabios, que en el continuo espacio-tiempo, entre el pasado y el futuro, existía una especie de tiempo "muerto" como él lo llamaba en el que cada acontecimiento se hallaba literalmente detenido. Era factible intervenir en sucesos pasados para que acontecimientos posteriores tuviesen un desenlace diferente. No resultaba necesario detener el tiempo puesto que este se hallaba ya parado, transcurría como una sucesión de fotogramas fijos en una película dando sensación de que fluía pero el tiempo, según su teoría era una sucesión de instantes fijos y podía ser manipulado actuando sobre uno de esos momentos en que se hallaba congelado. Sencilla de entender en sus planteamientos básicos, su teoría, no lo era tanto en cuanto a su desarrollo matemático. No obstante, sus potenciales aplicaciones-e implicaciones- prácticas a casi nadie le pasaban desapercibidas. Era una especie de paradoja de Zenón revisitada pero referida, en este caso, al tiempo. El tiempo no se mueve, no transcurre como dice el propio Román.

Su trabajo, que le había tenido atado durante más de 25 años a las ecuaciones, a su despacho y a las pruebas en el laboratorio, se basaba en anteriores teorías e hipótesis de afamados físicos. Había recolectado de aquí y de allí elementos válidos, según él, para perseguir el objetivo final de convertirse en el científico más prestigioso del siglo. Elaboró alternativas y brillantes soluciones a algunas de las ecuaciones de Einstein, de Lorentz, Roger Penrose, B. Podolsky y Roy Kerr para construir su aportación a la ciencia en forma de la más revolucionaria teoría física jamás elaborada. Había superado el problema que le planteaba la paradoja de Norman Forrester que supuestamente imposibilitaba la observación del continuo espacio temporal en desde otra ubicación espacio-temporal concreta. Forrester creía haber cerrado esta cuestión 7 años antes cuando elaboró su Teoría del vacío temporal.

Román era sobresaliente hasta el insulto, acostumbraba a decir su compañero de estudios en su momento y ahora compañero de departamento, Lucas Ribera quien le ayudó a construir el Ojo del Tiempo nombre con el que ambos bautizaron el ingenio que les permitiría hacer observaciones del espacio-tiempo en el momento en que éste se encuentra detenido e introducir modificaciones en el mismo. El artefacto, construido en las Instalaciones del Instituto Lorentz de Investigaciones Físicas Avanzadas (ILIFA) en el desierto de Sonora, aún no podía operar a gran escala y, hasta la fecha, sus experimentos se limitaban a leves observaciones-modificaciones con unas pocas partículas. Los primeros y sucesivos ensayos fueron todo un éxito.

La Etiqueta del Tiempo, Crontab como lo llamaba el equipo, estaba lista y a punto para ser estrenada en las pruebas que el Instituto había diseñado para intervenir en el tiempo a escala macroscópica.

Tardaron 5 meses de intenso trabajo, y múltiples quebraderos de cabeza, en obtener todos los permisos del Departamento de ciencia para poner en marcha el primer experimento con Crontab. El 7 de julio de 2040 fue el día elegido para acceder a la gloria. Todos estaban enormemente nerviosos pero igualmente ilusionados. Los paneles de control de Crontab ya estaban activados y los monitores mostraban al equipo los niveles de carga del núcleo del generador Zeus. Theo también estaba preparado. Theo era un complejísimo software que les permitiría capturar las instantáneas temporales e introducir los cambios que considerasen oportunos. Había sido desarrollado en el CalTech por un equipo de 50 ingenieros de software especialistas en desarrollo de algoritmos cruzados para programas de inteligencia artificial y software de simulación para procesos físicos de muy altas energías.

La cegadora luz del sol del desierto de Sonora entraba por la inmensa cristalera del laboratorio 5 donde estaba alojado Crontab saturándolo todo de luz en un momento de por sí brillante para todo el equipo y para Román en particular.

- Todo dispuesto -gritó el jefe de sistemas físicos, Ian Storm

- Todas las lecturas normales -le acompañó en el cántico Thomas Monterrey, el que fuera ingeniero jefe durante el desarrollo de Theo y ahora Supervisor de proyectos de software del Instituto

Sin disimulados nervios, impropios de alguien con su altivez, Román se acercó con un rítmico caminar hacia el Monitor 1 del control principal de la máquina dispuesto a hacer estremecer a la ciencia y a los científicos.

Se oyó un nuevo grito en la sala del laboratorio, esta vez no tan aparatoso como el de Ian, proveniente del operador de la consola 3

- Ligeras alteraciones en el flujo energético del núcleo.

- No hay por que preocuparse - replicó de inmediato Thomas

Román supervisaba todo el operativo desde el puesto 1 e introdujo en su terminal la orden que permitiría a Theo estabilizar la composición del núcleo de Crontab. El interfaz de Theo ocupaba la mitad de la pantalla mientras una de ventanas escupía velozmente cantidades ingentes de datos. Miró de reojo a Lucas mientras acercaba su mano a un anaranjado botón con la inscripción Capture. Estaba listo para capturar el momento que había elegido, el 14 de abril de 1865; justo en el momento en que John Wilkes Booth, entraría en el teatro Ford. Ya había introducido la fecha en el registro de eventos de entrada y se disponía a pulsar el botón naranja que permitiría a Crontab acceder a esa posición espacio-temporal para proceder a su alteración.

Algo salió mal.

La temblorosa voz de Bob, el operador del terminal 7, se oyó como un canto de gallo al amanecer.

En la pantalla de su terminal aparecía un parpadeante mensaje en rojo que decía: SYSTEM FAILURE.

- Hay un fallo crítico en el sistema - silenció su voz en seco.

En el año 2239 ya habían comprendido totalmente la naturaleza de las intervenciones en el tiempo y sus implicaciones prácticas.

En el ILIFA Vince Krueger, supervisor del departamento de física temporal, se disponía a poner en funcionamiento a H.G Wells como denominaron a su invención. Se acercó sereno a la consola y apuntó con el haz de láser de su dispositivo operador al panel de introducción de datos del registro de eventos de entrada. La fecha elegida fue el 7 de julio de 2040.

Para si mismo pensó: ¿por qué jugar a deshacer la memoria? Él era físico y no historiador pero le habían encargado velar por la seguridad y la integridad del tiempo y los acontecimientos. Y eso hizo.

jueves, 4 de septiembre de 2008

Un poemilla

Lloro cada día
porque cada día muero.
Muero cada día porque
cada día te pierdo.
Y si estoy muerto
por qué respiro
y si estoy muerto
por qué aún sueño
Y si cada día muero y
cada día estoy muerto
porque sigue este dolor
de llevarte conmigo dentro.

Érase una vez

El tiempo no es sino el espacio entre los recuerdos.

Para las personas que quiero.
Ellas son mi tiempo y mis recuerdos.

Érase una vez...

Daniel imaginó que todas las historias comenzaban así, incluida la suya. Es de suponer que porque todas las historias que le contaba su abuelo empezaban de ese modo. Y él siempre le decía que todas las buenas historias empezaban así.

Empezó a escucharlas cuando apenas había cumplido los 4 años. Recordaba la cama de su abuelo, donde acostumbraba a recostarse en su regazo, y la sombría habitación en la que, pese a todo, jamás pasó miedo porque todo lo que allí había le protegía en todo momento. Pasaba horas allí dentro, incluso cuando su abuelo se iba a pasear o a echar la partida en la tasca que había frente a su casa. Ojeaba sus libros, aunque aún no sabía leer, y en ocasiones, cuando su curiosidad era más fuerte que su miedo a que su abuelo le sorprendiera fisgoneando, abría los cajones y el pequeño armario de madera medio carcomida, y echaba un vistazo para ver que había allí dentro. Aunque pocas veces sabía que eran muchos de los objetos que encontraba, cosa lógica dada su edad, siempre había uno que le llamaba particularmente la atención. Una pequeña piedra de suaves formas redondeadas, color parduzco, y que pesaba tanto que le costaba un gran esfuerzo sostenerla en sus pequeñas manos.

Nunca se atrevió a preguntarle a su abuelo que era aquello y para que servía. Ni siquiera cuando cumplió los 6 años y además de las narraciones éste empezó a enseñarle sus cosas. Tardó mucho tiempo en descubrir qué era y para que servía.

Cada mañana, después del desayuno, su abuelo le contaba una historia. Pero antes se tomaban juntos el enorme cuenco de leche que les preparaba la abuela y entre risas y pequeños juegos, cogían las galletas recién salidas del horno y hacían su pequeña fiesta particular de la mañana, aunque a su abuela no le gustaban demasiado, siempre lo ponían todo perdido y, ella, que veía la fiesta no participaba en ella y le tocaba, luego, recomponer aquellos desaguisados.

Tras cada desayuno una historia. Todas de érase una vez. Daniel siempre tenía la sensación de sumergirse en cada una de esas historias. Su abuelo las contaba con tanta pasión, que era difícil pensar que pudieran no ser reales. Le hablaba de iglesias con secretos pasadizos subterráneos en los que él de pequeño había jugado dándole más de un disgusto a su madre; le narraba historias sobre los lugares donde había estado cuando era marino; le contaba historias acerca de viejas casas abandonadas y sobre los misteriosos sucesos que había vivido en ellas con sus amigos de la cuadrilla.

Si, le costaba mucho creer que no eran reales, porque las vivía al contarlas y Daniel las vivía al mismo tiempo y con la misma intensidad que su abuelo. En una ocasión le contó como había estado a punto de quedarse para siempre en una de esas islas exóticas en las que había estado por culpa de una mujer que traía de cabeza a la mitad de la tripulación de su barco. Lo que no lo gustó demasiado a Daniel fue cuando le dijo que eso hubiera supuesto que él no hubiera nacido. De todas formas le maravillaba lo detallado de sus descripciones. Desde el cascarón en el que había viajado, los mares por donde había navegado, o las curiosas personas que había conocido. Pero aquella mujer...

Daniel se iba haciendo mayor. Ya había cumplido los diez años. Aquel día tocaba celebración. Era el cumpleaños de su abuelo. Le encantaban los días como ese porque él, su abuelo y su abuela se reunían alrededor de la mesa de la cocina, conversaban, reían y como solía suceder en esos casos siempre acababan con algunas de aquellos maravillosos relatos.

Él no lo sabía, pero aquel 12 de julio, fue el último día en que su abuelo le contase parte de las maravillas de su imaginaria vida. Sus noventa años no resistieron la fuerza con la que el tiempo se enfrentó con su corazón y se paró. Le encontró la abuela cuando fue a despertarle para que fuese a desayunar con su nieto, que ya estaba preparado. Vicenta, que así se llamaba su abuela, no tardó en darse cuenta de lo que ocurría.

Daniel tardó mucho más en comprenderlo y mucho más en asumirlo. Pese a su juventud mostraba el dolor de una persona adulta, pero como niño no tenía la capacidad para esconderlo o quizá huir de él. Durante muchos meses siguió yendo a la habitación donde él y su abuelo se juntaban para disfrutar juntos de aquellas preciosas narraciones, se acostaba en su cama, siempre con lágrimas en los ojos, se quedaba mirando hacia el techo durante horas y en ocasiones sabiendo lo absurdo de su pregunta, le preguntaba a su abuela cuando volvería el abuelo.

Tardó mucho tiempo en poder entrar en aquella habitación sin romper a llorar de inmediato o sin poder hacer otra cosa que simplemente contemplar la bombilla que colgaba del techo o las grietas de las paredes. Hasta los dieciséis años no consiguió volver a fisgonear entre las pertenencias de su abuelo sin tener la sensación de que era algo que ya no debía de hacer. Sus gafas de pasta tan negra como gruesa, la vieja pipa de brezo y la cajita con el tabaco que siempre fumaba, Cavendish; el cenicero de piedra que según él le había regalado uno de sus compañeros de tripulación poco antes de morir; el cris malayo que negó siempre haber comprado en una tienda de recuerdos; la boina de fieltro con la que siempre solía salir a la calle, su desvencijada baraja y el tapete descolorido en el que solía hacer solitarios; el arcón que le había dejado en herencia su padre y que Daniel nunca se atrevió a abrir; el portarretratos con la foto del día en que él y la abuela se casaron... pero no había encontrado aquella curiosa piedra que siempre le había tenido ensimismado cuando la cogía.

Pasaba el tiempo. Daniel acostumbraba a volver a casa de su abuela después de su trabajo -ya tenia 23 años y una carrera terminada- para comprobar cómo estaba y hacerle un poco de compañía. Al poco tiempo su abuela se murió también. Imaginaba que se le hizo insoportable la tristeza de perder aquello que había sido toda su vida. Ninguno había hecho testamento pero Daniel era el único descendiente que tenían y la casa y todo lo que en ella había le correspondía legítimamente.

Decidió trasladarse del pequeño piso de alquiler al que se había mudado cuando empezó a trabajar, a la casa de sus abuelos. Muchas noches se acostaba en la cama de su abuelo después de cenar y ver un poco la televisión y en todas ellas resonaban las palabras de su abuelo que, a pesar de los años, le resultaban tan diáfanas como cuando era sólo un crío. Y un buen día apareció de nuevo. Le pudo su innata curiosidad. Allí estaba. Dentro de aquel arcón de madera que fue lo único que en vida de su abuelo nunca había investigado. Montones de amarillentas hojas de papel apiladas en lotes atados con una gruesa soga, algunas hojas sueltas y algunos extraños utensilios que seguía sin saber identificar. Y encima de toda aquella montaña de papel lo que sin duda había identificado, mucho tiempo antes de volver a encontrarlo, como el pisapapeles de su abuelo. Sacó todo aquello del arcón.

Se pasó toda la noche leyendo aquellos manuscritos... Mirando la fotografía de aquella exótica mujer e identificando aquellos extraños objetos del arcón según leía los relatos de su abuelo.

Su abuelo le había "engañado". No siempre comenzaban por Érase una vez. De hecho él siempre ponía la fecha antes de comenzar a escribirlas.

Dia 10

Día 0. 23 de octubre de…

Hoy me ha dejado mi novia; al menos eso creo.

- Si estoy con él no puedo estar contigo – fue lo único que dijo.

Sutil, diplomático, seco, paralizante, cruel. Un disparo directo al alma, un garfio que atraviesa el gaznate de un conejo. ¿Quién está enamorado aquí? ¿Demasiado tiempo juntos o demasiado tiempo separados? ¿Por qué cogiste aquel avión?

Día 1. 6 de noviembre de…

Al otro lado de la mesa mi amigo René. Encima un café con leche, una cerveza y mucho dolor cortando el aire.

- Tío, sal de casa – me soltó, sin más.

- Tío, sácame de casa – repliqué.

No se me ocurrió nada mejor que decirle. Demasiadas miradas que transmitían demasiadas cosas y un silencio lleno de ruido. No me atrevía ni a quitarme las gafas para limpiarlas. Un último trago de cerveza y una “declaración de principios”:

- Recuerda, tú me has movido a esto

Día 2. 15 de diciembre de…

Hubiera preferido algo más romántico pero estaba cansado del amor. Bajo la escalinata que me lleva a la pista de baile. Apenas entiendo lo que me dice René, ni Enya ni Al Jarreau tenían cabida en este tugurio. Alcohol, drogas, sexo explícito, poca luz y mucha prisa por vivir (o matarse). No importaba, el alcohol mata lentamente. El amor quiere volver a bailar pero no le dejan.

Día 3. 12 de enero de…

Brasileña, de Río. Morena hasta en el blanco de los ojos. No demasiado sexy, no le hacía falta. Sus labios… Anunciaban la programación de un suicidio colectivo. Espectacular hasta el vómito. Marlena no bailaba, hacía girar cabezas y miradas. La llamábamos Luana, ignoro por qué. Sólo me dio los dos besos de rigor pero fue ella quien cerró los ojos.

Día 4. 12 de febrero de…

Quizá no fuera doce. No lo recuerdo bien. Marlena ya había soltado amarras y yo no había recogido las velas, no del todo. René, no obstante, trataba de atar cabos. Presagiaba un naufragio. No éramos piratas, tampoco aventureros, no sabíamos navegar. Hasta ese día. Quizá no fuera doce. Sonó el teléfono.

Día 5. 1 de marzo de…

Debía de ser un día de suerte, no una mañana cualquiera. La invitación seguía en pie. Desde la mesa de la terraza sólo se veían niños con sus padres. Mientras juegan yo espero. No tarda en aparecer. Aún no me había suicidado así que miro sus labios. Se acercan, los acerca, los posa. Debía de ser un día de suerte. Una mañana más pero esta diferente. Ahora soy yo quien cierra los ojos.

Día 6. 11 de marzo de…

Sí, fue el día once no tengo la menor duda. Chema se resignó a perderla. Yo me preparo para ganarla. Marlena estaba lista para cambiar de “perdedor”. Parece que todos hemos pasado el examen final del primer curso en el que te enseñan el arte de la supervivencia sin libros y sin maestros. Empezamos a vivir y dejamos de sobrevivir, incluso Chema lo hizo. Dejamos de hablarnos. Ahora trabaja repartiendo publicidad.

Día 7. 17 de marzo de…

Aún no he dejado la bebida, sigo recordando dónde la tengo “escondida”. Decido empezar a olvidar pero “las células de los recuerdos… esas son difíciles de matar”; Ranulph Junuh dixit. Marlena lo sabe pero no juzga el carácter ni el modo en que uno decide deshacerse de él. Espera, espera, espera. Espera empezar de nuevo. Yo espero lo mismo. Esperamos.

Día 8. 21 de marzo de…

Estoy contento. He conseguido salir del desierto sin quemaduras en los ojos. René se ha casado. Chema se ha ido a vivir a Tarragona, trabaja de vigilante de seguridad en un garaje. Yo me he puesto una tirita en el alma. Marlena… Igual ella y yo podamos…

- Lo que podamos - me dice.

Día 9. 31 de agosto.

Ha pasado mucho tiempo, dos años creo. Marlena me ha dejado. Segundo disparo al corazón. Segundo garfio. Extremamos demasiado el silencio. Hablábamos, de nada. Vuelvo a estudiar inglés. René me llama. Tom regresa a España, cansado de ser nómada y cansado de Oregón. Chema ha regresado también. Marlena volvió a Brasil. Los que quedamos nos hemos vuelto a juntar. Cuatro cervezas, dos cigarrillos, un cuenco de frutos secos, aceitunas picantes y un solo paquete de cigarrillos sobre la mesa. Hablamos, seguimos hablando.

- Esto es la evolución –dijo René

Nos miramos, sonreímos y… evolucionamos. Aún no sabemos hacia dónde.

Día 10…

Gracias Isabela

Hoy me he llevado una inmensa alegría. A veces resulta que es sencillo sentirse bien. Tan sencillo como recibir el comentario de quien espero que pronto deje de ser una persona desconocida para convertirse en una nueva amiga.

Isabela, desde Mexico, muy lejos de donde me encuentro, ha tenido la amabilidad de dedicar unas palabras para honrar mis humildes aportaciones a este universo bloguero.

Quisiera desde aquí hacer llegar a Isabela mi más profundo agradecimiento.

Por otro lado, te comento (y disculpa si te tuteo pero es costumbre en mi tratar a las personas como tales y no como cargos de una multinacional o como políticos de turno) que el relato titulado ELLA, es un rendido y humilde homenaje a la ciudad en la que no nací pero en la que he dejado el corazón desde el momento en que me vi obligado a abandonarla. Iruñea es el nombre en euskera de Pamplona; si esa ciudad mundialmente conocida por las fiestas de San Fermín. Todo lo que en el relato narro es sencillamente como describo mi relación de amor (totalmente incondicional) con un lugar al que, en palabras de uno de mis amigos y uno de sus habitantes "yo debía de pertenecer". Ni más ni menos. Amo ese lugar porque es el sitio donde mi corazón se siente feliz. Decir más sería pretencioso e inútil porque no tengo el talento suficiente para utilizar las palabras adecuadas para expresar un sentir. De modo que os invito a leer o releer el relato para acercaros simplemente, a mis sentimientos.

Como decía Thomas Carlyle "Si un libro procede del corazón encontrará la manera de llegar a otros corazones" y, bien, mal o regular os aseguro que mis letras salen del alma

P.S. Gracias de nuevo, Isabela, por tus elogios. En la medida de lo posible, seguiré escribiendo.

Fases

De un tiempo a esta parte me encuentro en una fase delicada de mi vida. Imagino que como podria estar ocurriéndole a la gran mayoría del mundo. Tengo que tomar decisiones, sobre un montón de cosas, pero está el inconveniente de que no quiero, ni me creo, capaz de dañar a las personas. Es por ello que me cuesta un tiempo horroroso el llevarlas a cabo. El trabajo, la pareja y otros futuribles que suelen ser habituales cuando uno alcanza una cierta edad.

Otra cuestión es que apenas hago caso de los consejos que me aportan mis amigos/as (y he de añadir, los mejores amigos/as del mundo) y no por que no los valore sino porque siempre hay y habrá personas implicadas en las consecuencias de las decisiones de cada uno. Siempre ha sido lo que más me ha costado. Intuyo que necesito una temporada de soledad absoluta. Problema, tengo un trabajo en el que trato diariamente con muchas personas y, por el momento, no puedo permitirme el lujo de prescindir de él. Menudo fastidio.

La cosa es que tengo la sensación de que a la vuelta de la esquina está la catarsis que estoy esperando y que necesito. ¿Acaso no esa una de las esencias de la vida: Encontrar aquello que se halla detrás de cada esquina?. Habrá que seguir doblando esquinas y continuar girando la cabeza por si algo importante queda atrás.

jueves, 14 de agosto de 2008

Granada... segunda parte

Sigo comentando un poco mi último viaje a Granada. Suele ocurrirme a menudo y, desde luego, me sucedió con esta ciudad (y otra vez con la persona que quiero..). Me sorprendió y me emocionó enormemente conocerla, y añado, que en profundidad. Un día entero dedicado a la Alhambra. Otro a recorrer el Albaycín y la Carrera del Darro. Otro a vagar por las callejuelas de la zona vieja y tapear. Otro, quizá el menos productivo, a "playear" en Almuñecar (confieso que eso del turismo de playa no es lo mío), prefiero las piedras ;-)



Faltaron muchas cosas, es cierto, pero he tenido una dosis suficiente como para llevar a este lugar siempre conmigo (como tantos otros: Pamplona, Salamanca, Venecia, Florencia, Carcasonne...). Hay tantos lugares que te dejan una imborrable huella que ni la blogosfera entera podría abarcarlos a todos. Por lo que a mí respecta tampoco es necesario. Cuando estos sitios se instalan en las células de tu cerebro disfrutan de "un alquiler vitalicio" y son, afirmo, excelentes inquilinos. Te rescatan de vacíos en malos momentos y agrandan la sensación de bienestar de los buenos.

Quién sabe qué lugar me tocará la próxima vez. Por lo pronto comparto con vosotros algunas de las imágenes a las que he arrendado parte de mis neuronas.

Empecemos con el exterior de la Catedral... Impresionante, como suele ocurrir con la mayoría de estos edificios.



Pasemos al interior... Bellísimo, como podréis observar en las dos siguientes fotografías. Me quita el hipo.



En la próxima entrega... más. Saludos


lunes, 11 de agosto de 2008

Vacaciones

Tenía una deuda pendiente. Una deuda geográfica con la única parte de España que no conocía: Andalucía. Este verano y pese a las olas de calor que han venido azotando el sur y el levante peninsular decidí saldar esa deuda. ¿El destino elegido?... Granada. Quienes os hayáis pasado por el Blog habréis leído mi aversión a salir en fotografías. Mi mejor amigo siempre me dice que me gustan demasiado las piedras (léase monumentos y todo tipo de edificación histórica) y desde hacía mucho tenía unas ganas enormes de conocer la Alhambra de modo que la elección era sencilla.

Cinco días intensos me aguardaban. Sol, calor, acentos a los que no estaba acostumbrado,
tapitas, poca playa como era mi intención, turistas por doquier (incluido yo, claro está), toneladas de fotografías (pocas, muy pocas en las que aparezco), algún que otro video y, como de costumbre, sensaciones a las que me es difícil llegar con las palabras para ser descritas, cosa que me ocurre con mucha frecuencia.

Algunas de las paradas del viaje son estas...

(Nota: Las fotografías originales están realizadas con una resolución de 3264x2448 pero para colocarlas en el blog las he redimensionado a 979x734).

Esta es la fuente del Triunfo. Céntrica, emblemática y coloreada por las noches.




Esta otra es una instantánea de la Alhambra (pudiendo verse la Alcazaba y los Palacios Nazaries) vista desde la Carrera del Darro.


A continuación una vista General del Albaiciín y el Sacromonte vistos desde la Alhambra.


Una muestra de la belleza de los jardines del Generalife.



El Patio de la Acequia, en el Generalife.



Para terminar esta "primera entrega" os dejo una fotografía de la Torre de las Damas vista desde los Jardines del Partal.



Espero que os hayan gustado. Iré colocando más fotografías a medida que vaya disponiendo de tiempo.

miércoles, 30 de julio de 2008

Fotos

No soy muy amigo de las fotografías, para que negarlo. En muchas ocasiones se pone la misma disculpa, que si no soy guapo/a; que si no soy fotogénico/a...

Mi caso es algo distinto. Recuerdo un libro que leí hace mucho. Aún era estudiante recién entrado en el Instituto. Hablaba de una antigua leyenda india que venía a decir algo así como que cuando te hacen un retrato te robaban una parte del alma. Me impresionó. De tal modo que a día de hoy sigo siendo muy reticente a posar para cualquier tipo de instantánea.

En cualquier caso os iré dejando alguna...

Aquí estoy en un bar de Benidorm con unos amigos... A la derecha

Notas

15 de febrero

Lleva el pelo engominado y su corte es impecable. El planchado de su camisa resulta no menos perfecto. La viva imagen de un yuppi pasado de moda. Podría ser un corredor de bolsa o un agente comercial de una compañía de seguros cualquiera. Un maletín negro descansa sobre una de las tres sillas que rodean la mesa donde está sentado en la cafetería del aeropuerto. Lee un periódico con el papel de color sepia. Sin apartar la vista del periódico levanta la pequeña taza de café que le delata como consumidor de café solo o cortado. Pese a la prohibición del cartel que colgaba justo en la pared que tiene enfrente enciende un cigarrillo. El filtro es blanco por lo que es un tabaco extranjero o es tabaco negro. Quiero pensar en alguna clase de rubio exótico acorde con su aspecto. Uno de sus brazos me impide ver el paquete, no consigo averiguar la marca. Da intensas caladas entornado los ojos con cada una de ellas y acompañándolas con una ligera elevación de sus hombros. Parece disfrutar haciéndolo. He podido contar cinco antes de que uno de los empleados del establecimiento se acercase titubeante inclinándose ligeramente hacia la cabeza del engominado. Le dice algo que no consigo escuchar. De inmediato aplasta el cigarrillo en las paredes de la minipapelera metálica que preside la mesa, no hay cenicero. Apenas se ha inmutado mientras continúa leyendo el periódico. Durante unos instantes y con cara de sorpresa se queda fijamente mirando una de las páginas mientras niega con la cabeza. Esboza una leve sonrisa mientras continúa con su movimiento de negación, lo propio de un sabelotodo arrogante. Detesto esa clase de gestos. Se levanta y con paso apresurado se acerca al mostrador y se dirige a la única camarera de la cafetería. En unos instantes dispone de un minúsculo bocadillo sobre un plato con dos servilletas. Creo que es pollo, consigo ver la lechuga y un ligero desparrame de mayonesa por unos de los laterales. Le da un pequeño mordisco y se limpia la comisura de los labios con una de las servilletas. Levanta la cabeza y mira a su alrededor. No creo que busque a nadie. Desvía su mirada hacia cada una de las chicas bonitas que cruzan por delante de él. Solo las mira. No dice nada. Mira de nuevo el reloj, es la tercera o cuarta vez que lo hace. Sin embargo parece no tener prisa. Consigo fijarme en el paquete de tabaco que había quedado oculto bajo el periódico. Es un Winston raro. El paquete es blanco nunca había visto uno así. El Light tiene la banda de color azul, este la tiene roja y las esquinas de la cajetilla son redondeadas. Durante unos minutos juega con ella y con el encendedor. Coloca este encima, lo pone de pie, vuelve a recolocarlo mientras le da vueltas entre los dedos del mismo modo que un jugador de poker juega con una moneda. Finalmente guarda ambos en el bolsillo de su chaqueta. Deja la mano unos instantes dentro. Alguien se le acerca. Es un chico joven de esos que llevan dos cazadoras. Una de ellas con una capucha que sobresale por el cuello de la otra. Se para delante del yuppi y comienzan a hablar. Los dos dirigen su mirada hacia el panel de información de vuelos mientras siguen hablando. El engominado se levanta. El joven se vuelve sobre sí, coge una de las sillas y coloca su mochila en ella. Uno se va y el otro se queda. Coloca un libro encima de la mesa, un gorro de lana negro y un pequeño cuaderno. Consigo adivinar el título del libro, por la portada que había visto en otras ocasiones en varias librerías, en ella figura una fila de cigarrillos partidos por la mitad “Es fácil dejar de fumar, si sabes como”. Detesto esos libros de autoayuda, me hacen sentirme como un idiota. Pretenden hacer tu vida más fácil pero lo que consiguen es que sea la misma pero con unos euros menos en el bolsillo. Son como las hamburguesas, pura mierda aunque tengan buen sabor. Abre su cuaderno mientras sostiene un pequeño bolígrafo negro del tamaño de un mechero. El joven mira a su alrededor, mira al mostrador, a los camareros, a los viajeros que están sentados en las mesas esperando su vuelo, a la madre con una niña en brazos que no deja de llorar, mira a la chica de pelo rubio que cruza rápidamente por delante de él; me mira a mí.



15 de febrero

Son las 11:24 de la mañana. Estoy sentado en la mesa que antes ocupaba el director de logística de una empresa de fabricación de plásticos. Se marcha a Ámsterdam. Espero que vengan a recoger la mesa. Pediré un zumo de naranja y una tostada.

Mira y escribe. No deja de hacer ambas cosas. Chaqueta de pana gastada, gafas de pasta negra. Uno de esos escritores frustrados o de pega que quieren hacerse notar mientras escriben dios sabe qué con sabe dios que intención; uno de esos que piensan “Sólo quiero que vean que escribo, queda bien”. Quién sabe, quizás lo sea. Abro el libro. Quiero dejar de fumar.

Ella

Se despertó y yo con ella. Seguía teniendo esa luminosidad especial, tan suya, tan intensa, tan evocadora, tan majestuosa; nunca la había perdido. Podría decirse que es del todo imposible apagarla. Al menos a mí me costaba mirarla y no quedarme completamente anulado por su belleza, totalmente embriagado de fascinación. Sospechaba que para mí ya era algo único. Tenía la sensación de que el mundo se me quedaba pequeño cuando estaba con ella. No era una bruja pero me hechizaba del mismo modo.

Aún recuerdo la primera vez que la vi. Se la veía preciosa, resplandecía, casi brillaba aunque llovía y muy a pesar de los intensos grises del cielo. Una vaporosa neblina me envolvía placenteramente mientras la contemplaba. Me sentía extraño. Le susurraba, le hablaba pero ella no respondía, permanecía muda con el único acompañamiento del sonido de la lluvia, y la esporádica rabia del cielo que seguía a los relámpagos. No había ni una sola luminaria en el firmamento pero no importaba, ella estaba particularmente deslumbrante y su “sonido” comenzaba a hacerse característico. No fue, sin embargo, una sorpresa para mí descubrirla y enamorarme de inmediato de ella, ya me habían hablado de sus virtudes, de su magia, de su magnetismo, de su capacidad de seducción. Supongo que siempre sucede algo parecido cuando uno se encuentra con algo así. El letargo de cupido había tocado a su fin –me dije. Creo que me enamoré de ella antes de conocerla, antes de saber siquiera que existía.

La primera noche fue en una pensión de mala muerte de no más de seis euros la noche. No fue algo preparado, todo surgió de forma espontánea, de manera fortuita. Lo recuerdo bien ¡Cómo podría no recordarlo! Un frío y húmedo día de febrero; un montón de vetustas mantas de lana encima de una envejecida cama de madera despintada que ocupaba casi dos tercios de la habitación, ¿para qué dormir? Fue especial, tanto que aún después de diez años sigo recordando aquella noche como la más especial de mi vida o, al menos, de los últimos años. El regalo que todo soñador está esperando quizá durante toda su existencia; la perfecta celebración que acontece tras encontrarte con tu propia alma, el justo premio para un concursante cansado de perder.

Desde aquel momento dejé de sentir el gigantesco vacío que me acosaba desde hacía demasiado tiempo. Los días que siguieron a aquella primera noche fueron igual de cautivadores y extremadamente bellos. Lo compartíamos todo. Desde la primera hora del alba, el desayuno, la merienda, la cena, todo lo intermedio y todo lo que surgiera luego. Ella siempre me acompañaba a todas partes quizá fuera porque ella era todas partes. En realidad era todo. Una compañera, una amiga, un refugio, una aventura, una historia de amor, un deseo, un sueño, una esperanza. Una pasión.

Empezamos a acostumbrarnos a la normalidad, al transcurrir de los días, las tardes y las noches como si nada sucediera porque ocurría todo a la vez. Todo salía sólo, sin pensarlo. El amor perfecto pero un amor al que, pese a su alianza con la pasión, tendría que renunciar. Debía prepararme para despedirme de ella. Así fue. Ese día llovía, como si un libra estuviera llorando. Así era, lloraba. Me veía forzado a abandonar un sueño, a dejar a un lado mi fantasía romántica de morir a su lado.

Había llegado el momento.

Al bajar a la calle uno de los taxistas del barrio, Fermín, me reconoció de inmediato.

- Eres el vecino de los Navarrete, ¿verdad? –dijo con una sonrisa que pronto se transformó en una mueca de resignación y desinterés.

Recordaba haberle visto en una noche durante las fiestas del barrio. Me saludó y le devolví el saludo con lágrimas en los ojos, las lágrimas de un libra. Entendía la situación y no volvió a abrir la boca. Yo no quería hablarle de ella y él pareció adivinarlo. Me ayudó a meter mi equipaje en el maletero del Renault Scenic que le daba de comer. Entró en el vehículo casi al mismo tiempo que yo. Lo puso en marcha y partimos.

La dejaba atrás, la iba perdiendo de vista como cuando pierdes de vista la costa mientras te adentras en alta mar. Prometí no olvidarla y eso haré. Prometí volver y eso he hecho. Continúo regresando.

Quisiera poder reventarme el corazón para no tener que volver a enamorarme de ese modo otra vez. Mientras llega ese momento seguiré enamorado de ella. Ella estará siempre ahí, esperando.

Dios, como amo ese lugar. Gracias Iruña.

El viaje

69924 horas. Lance tenía siete años cuando empezó a ayudar a su padre a cuidar el ganado de su granja de las afueras de Eugene, Oregon. No le gustaba demasiado.

4010 días. Recogió del establo su pequeña bicicleta y decidió dar un paseo por el parque Amazon en la parte sur de la ciudad. Una fortuita caída en Adidas Trail envió a la cloaca su primer sueño infantil de convertirse en ciclista. Se rompió el menisco de la rodilla derecha y apareció un persistente miedo de subirse sobre las dos ruedas.

5106 días. Su amigo Adam South le regaló para su trece cumpleaños un compact disc de un grupo llamado Foo Fighters. No sabía quienes eran. Esa misma tarde los escucharon juntos en el pequeño reproductor que tenía en su cuarto. Demasiado ruidosos.

6202 días. Con dieciséis años su colección de discos alcanzaba ya la cifra de 350. Su nuevo sueño como adolescente era convertirse en un guitarrista famoso. El ruido podía contener más de lo que parecía en un principio.

8028 días. Un suelo de baldosas blancas y negras coronado por una aparatosa mirrorball formaban el escenario del John Henry's Club donde esa noche daría su primer concierto con los Desert Dust. Una Fender Telecaster de segunda mano para zurdos, un bajo Paul Reed Smith, también de segunda mano y una Pearl Rhythm Traveler de madera de álamo que parecía más bien de cuarta mano era todo el equipaje que llevaban.

8030 días. Segundo Show en el mismo club. Idéntico repertorio. El mismo público y diferente final. El recubrimiento de celuloide de la batería no pudo aguantar más los furiosos envites de Brian Lee, otro de sus amigos de su infancia, y percusionista de los DD, como les conocían en el club. El concierto terminó a los cuarenta minutos de comenzar. Cameron Driscoll, uno de los habituales del club les ofreció una Yamaha Rd2f Rydeen por menos de la mitad de su precio en el mercado. Pero no tenían 250 dólares.

8758 días. Lance se enfrentaba a su primer concierto como banda de culto en el Opera House de Detroit. Había menos ruido pero idéntico sentimiento en sus canciones. David DiChiera, director del teatro, no era precisamente un fan de su música pero accedió a la petición de su manager para que pudieran tocar en un lugar donde Tom Waits, uno de sus ídolos, había tocado.

9854 días. Dexter, el padre de Lance, murió después de perder el control del Ford Mustang Shelby GT 500 que su hijo le regaló tras ganar su primer millon de dólares. Lance decidió dejar Eugene para trasladarse a Lincoln en Nebraska donde vivía su tía Donna y donde alquiló un pequeño apartamento entre la calle 40 y Pine Lake. Dejó la banda. Seguía escuchando música.

1616 semanas. Se casó con Mary Donaldson una exgroupie que le había echado el ojo en uno de sus conciertos en el Memorial Stadium de Baltimore justo el día de su cumpleaños, el 10 de noviembre. Ella esperaba en la puerta por la que accedería la banda y podía decirse que él no tenía mal gusto. No fue un flechazo pero ella fue muy insistente.

56 semanas más tarde nació su hijo Ryan. Mary murió debido a complicaciones durante el parto.

446 meses. Lance se compra una granja alejada de todo y de todos en North Platte también en el condado de Lincoln. La tristeza le embutió en si mismo tan intensamente que tardó casi un año en cruzar el umbral de su casa para salir. Todas sus compras las hacía por teléfono y se las traía su amigo Adam.

44 años. Sentía que no le quedaba mucho tiempo. Lance seguía igual de triste. Volvió a Eugene. Su viejo amigo Phil fue el primero que fue a saludarle. Apenas si lo reconocía. Vestido con un pantalón de franela gris y una camisa de cuadros amarillos, marrones y naranjas tan raída como su propia piel. Lance estaba extremadamente delgado tanto que hasta le costaba un notable esfuerzo caminar. Sus eternos ojos azules parecían haberse apagado y su brillante pelo rubio había pasado a ser de un sombrío gris intenso. Sus finos labios despedazaban las palabras mientras Phil miraba tímidamente las oquedades de su desvencijada boca. Hablaron durante horas mientras sus temblorosas manos se agitaban espasmódicamente.

Lance no le estaba contando su vida, su vida le había contado a él.